Un personaje fantástico y que se está olvidando de la memoria de estas nuevas generaciones, es su presencia y su genio en el espacio y el tiempo en que le fue dado vivir dejándonos un imperecedero legado literario... en este Plácido domingo, Candelario Obeso Hernández. De la mano maestra de Alfredo Iriarte y su genial obra "Muertes Legendarias", habré de recordar para Ustedes, la efímera vida y la trágica muerte de este personaje, padre de la poesía negrista en Latinoamérica.
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La única fotografía que se tiene del poeta. |
Había nacido en Mompox Colombia) el 12 de enero de 1849 y muere en Bogotá el 3 de julio de 1876, amigo del presidente Tomás Cipriano de Mosquera, fue encargado en una misión diplomática en Francia. Políglota hizo varias traducciones de obras famosas como su preferida Othelo de Shakespeare. Había estudiado derecho en la Universidad Nacional, gracias a que su padre, un rico hacendado y abogado de Mompox, siendo hijo de una negra le tomo especial cariño y vio por su educación.
Ahora vamos a lo que los convoqué... El capítulo VI del libro "Muertes Legendarias" del escritor bogotano, Alfredo Iriarte, que lo llamó: 'Un Poeta con mala puntería'.
La típica "mosca en leche": un negro en la Bogotá decimonónica. Su condición de poeta le granjeaba a Candelario Obeso, la simpatía y la hospitalidad de los intelectuales, más no llega a franquearle las puertas de la alta sociedad. Quimérico intento de reeditar la pasión de Otelo y Desdémona. Trágico final. Bella elección sobre cómo mamarle gallo a la muerte.
Finalizando la década de los setenta del siglo XIX Bogotá era una ciudad biétnica hasta bien avanzado el siglo XX. Había una aristocracia reinante cuyo sello más destacado era la blancura láctea de la piel, ya que entonces desconocían, y de conocerlos se habrían menospreciado, los encantos de la epidermis bronceada por las que suspiran las mujeres de hogaño.
Pero en verdad la raza negra era en éstas alturas una especie exótica, hasta el punto de que el vulgo creía con firmeza que los negros desteñían con solo pasarle un dedo por la epidermis.
Acaeció que en alguna de las numerosas reuniones de escritores y poetas a que era invitado con frecuencia, Obeso conoció a una bellísima bogotana de cabellera muy rubia y ojos zarcos que lo dejó enloquecido de amor en el acto. A partir de esa noche, la febril imaginación del poeta momposino comenzó a trabajar sin reposo en torno a la fantasía obsesiva de revivir en Bogotá el amor apasionado de Otelo y Desdémona, por supuesto sin la escena del estrangulamiento final. Al principio lo invadió un optimismo desbordante: la fuerza incontrastable de sus poemas obraría a manera de mágico puente sobre el abismo de la diferencia racial. Y puso manos a la obra. La divina rubia empezó a recibir en su del barrio de la catedral, uno tras otro, los sobres que contenían los madrigales, las endechas, las octavas reales y las décimas en el que el poeta de altísima pigmentación celebraba su belleza y le declaraba su amor enloquecido. La respuesta de la beldad no pudo ser más cruel. Devolvió a Candelario los poemas hechos añicos y en una esquela de su puño y letra lo requirió para que la dejara de importunar con sus sandeces. La reacción del poeta fue inmediata y desesperada: se sumergió en el alcohol, dejó de asistir a las tertulias y sus amigos comenzaron a verlo deambular por las calles en los más deplorables extremos de embriaguez, sucio y desgreñado y, como si fuera poco todo ello, provocando pendencias con los pacíficos viandantes, como si fuera consecuencia de lo cual hubo de ser encarcelado varías veces.
Un triste día las tribulaciones del negro llegaron al clímax cuando se enteró que la bella, su Desdémona imposible, había celebrado esponsales con un apuesto y acaudalado cachaco y que, durante, la ceremonia, la pareja había fijado la fecha de la boda, la cual tendría lugar en una tradicional hacienda sabanera. La congoja de Candelario llegó a extremos demenciales. Ya para entonces solo suspendía las bebezonas cuando caía temporalmente abatido por las cataratas de aguardiente, que a veces mezclaba con chicha para lograr efecto.
Por aquellos días se hizo inminente la proximidad de la tragedia. Llegó la fecha del compromiso y Candelario no pudo más con el peso de la vida. Tomó una pistola y se disparó un balazo en el pecho. No murió en el acto, lo cual dio tiempo a algunos fieles amigos de acudir llevándolo a un médico, quien luego de una somera revisión dictaminó que el fin estaba cerca. Fue requerida entonces la presencia de un sacerdote, a quien los amigos de Obeso engañaron piadosamente, dada la circunstancias de que eran aquellos tiempos en la que la absolución para un suicida era virtualmente inalcanzable. En consecuencia, los leales compañeros del poeta agonizante informaron al cura que Candelario se había disparado involuntariamente una bala en un solar cercano. Parece que el buen sacerdote no se tragó el cuento muy entero , puesto que al llegar al lecho del poeta le hizo preguntas muy concretas sobre las circunstancias del accidente. Y fue ese el momento grandioso en que este triste moribundo tuvo bríos para mamarle gallo a la muerte, con estas palabras inmortales que con voz desfallecida y casi inaudible, dijo a su confesor:
- Es verdad lo que mis amigos le dijeron, padre. Lo que pasa es que yo tengo pésima puntería. Le disparé al blanco y le pegué al negro.
Segundos después, se hundió en el sosiego definitivo de la muerte.
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Un suicidio... un escape. |
LUCHA Y CONQUISTAA... S.G.L.
¡Oh!, blanca, blanca hermosa,
¿Por qué me tratas así?
¿No sabes que la desgracia
de compasión es digna...?
En balde te demuestras
a mí cariño altiva;
¡En pechos como el tuyo
no cabe la perfidía...!
....…....….….............…...…......
¿Porque me ves la cutis
de la color de la tinta
acaso crees que es negra
también el alma mía...?
En eso te equivocas;
¡Las piedras más bonitas,
en el carbón, a veces,
se hallan escondidas...!
Escúchame: si llegas
a consolar mi cuita,
serás a mis pesares
la miel que necesitan,
en cambio de tu afecto,
te juro por mi vida,
qué con mi porte nunca
te causaré una herida...
Seca mi llanto... Un beso
le basta a mi desdicha;
un beso de tu labios
de rosa y clavelina;
con él aquí en mi pecho
¡florecerá más linda
la mata de mi suerte,
ya seca de afligida...!
........,....................................
¡Oh! blanca..., tú lo sabes...
(Acércate tranquila);
¿Qué flor le rivaliza...
(Acércate y no temas)
Si envuelto en él se mira
un lazo bien lustroso
de mi color... expresiva...?
Tu pareces al nardo;
mis brazos son de endrina,
déjalos que a tu talle
se enrollen como cinta...
¡Oh!, gracias, gracias... ahora
quédate siempre así
¡y nunca de tu labio
se vaya esa sonrisa!
***
Nota: Ésta poesía se rescató de sus cuadernos y se salvó de ser destruida por esa iracunda dama blanca que fuera su amor imposible, porque no alcanzó mandársela.
Un abrazo.
Hortensio.