El secreto de una buena vejez
no es otra cosa que un pacto
honrado con la soledad.
Gabriel García Márquez.
Después del imperioso y justo interregno en honor inmenso de la conmemoración (memoria solemne) del primer aniversario de la muerte de mi Madre, que a sus 97 años nos dejó "para siempre" rodeada del amor de toda su familia y que jamás conoció un 'ancianato'... seguimos, en éste atípico día, con la historia ficcionada y algo 'distópica' de mi última aventura ya a una avanzada edad (el autor no la determina) y que lo muestra frente a una sociedad, nuestra sociedad infame, banalizada e insensible que se avergüenza, ignora y repudia a sus ancianos...
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Planeando la libertad... |
Bueno, les contaba de mi abandono, ya hace seis meses, por parte de mi amada familia en un hogar geriátrico de las afueras campestres de Bogotá. Allí comenzó mi etapa final de vida y en esa supuesta espera contemplativa y 'dulce' de la llegada ineludible de la muerte. Pero no era lo mío, no me sentaría a esperar pacientemente a que la Parca cortara el hilo de mi existencia así no más, no señor...
Hace un mes...
Luego de seis meses de frías y calculadas observaciones ya lo tenía resuelto... ¡huiría! solo o acompañado y para eso tenia que contar con un 'cómplice necesario', Oswaldo; este auxiliar de enfermería era un simpático y atento muchacho que tenía un oscuro negocio o 'mercado negro' que no tardé mucho en descubrir, conseguía todo lo prohibido y necesario para llenar las expectativas de sus clientes, los ancianos y comencé por pedirle una lata de cerveza, el muy bribón me la cobró al doble de lo que costaba en cualquier supermercado de barrio, pero bien valía la pena poder saborear de vez en cuando ese "néctar de los dioses" y Ustedes se preguntarán ¿de donde venían mis fondos para hacer dichas adquisiciones? pues de unos sustanciales y secretos 'ahorritos' con los que me pude hacer a espaldas de mis adorados hijos y que logré encaletar muy bien cuando me anunciaron la buena nueva de mi traslado.
Mi "nueva familia" no era numerosa, no llegábamos sino a 32 'hermanos y hermanas', más exactamente 11 hombres y las demás mujeres. Entre ellas una se destacaba por su callada resignación y dignidad una dama muy especial y enigmática, eso me parecía... su nombre Josefina Narváez de Castro, viuda de un general de artillería, todos la llamaban cariñosamente "Pepita" y aunque trate de hacerme amigo de todos, en un grupo tan heterogéneo era algo difícil. Y pensaba que una huída en solitario era más sencilla pero también tenía la desventaja al emprender la última aventura, que me encontraría de lleno y de frente con lo que más odiaba, la soledad... Por eso evalué a un compañero de encierro muy simpático y culto, era arquitecto de muy buen gusto y hablador con el cual reía y tomaba cervecita a escondidas, pero tenía un pero, se había roto la cadera y tenía un implante que le impedía la normal movilidad por lo que se valía de un caminador. Lo descarté y seguí en mi investigación evaluatoria, uno a uno...
En esos largos días cuando por las tardes nos dejaban libres por ahí en los jardines e instalaciones del "club" me acercaba a mis hermanos y les hablaba de diversos temas insustanciales, en una bella tarde que pintaba un hermoso ocaso de sol, llegué al lado de Pepita, con la pueril disculpa de hablar del bello paisaje que nos daba ese crepúsculo sabanero, pude sentarme a su lado y hablarle de mí y preguntarle por Ella sin que se molestara. Y desde hace un mes la busco con cualquier disculpa y paso algunos momentos en su compañía cuando logro soltarme de Adolfo el arquitecto, era una señora fantástica que había sido 'abandonada' por su familia hacia algo más de tres años y según me contó no la visitaban casi nunca, últimamente solo la contactaba una hija por teléfono; era encantadora a sus 82 años.
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Pepita...? |
Pepita -me permitió que así la llamara- tenía una la belleza que dejaba sin dudarlo, el rastro de su hermosa juventud, con una mirada azul llena de una tímida terneza que reflejaba algo de tristeza que de verdad la hacían enigmática, Ella hablaba con sus ojos y la comprendía pues en definitiva todo acto de "abandono para su bien" era injusto. De verdad me gustaba su compañía y presumo que yo no le era indiferente ya que cuando me acercaba a Ella, me recibía con esa linda sonrisa fingida que brotaba de su tristeza interior pero que la hacia encantadora. Como casi todos los inquilinos del "Club Hause" teníamos Alzhéimer o algo parecido, rasgos que eran consustanciales a la edad, pero la verdadera enfermedad que padecíamos todos era la vejez, agravada por el desarraigo de su mundo afectivo...
Una tarde algo pasada de lluvia y frio, le confesé mis intensiones de huir contándole hasta los más mínimos detalles de la empresa a emprender y la invité a venir conmigo en lo que sería nuestra última aventura si aceptaba.
Un detalle...
El complejo del club estaba custodiado por cámaras estratégicamente ubicadas y de dos hermosos y aterradores perros dóberman, que permanecían encadenados en sendas casitas y por las noches los soltaban para que "patrullaran" los potreros y prados cercados que rodeaban las instalaciones, sus nombres; Batuque el macho y Blaky la hembra, con disculpa de hacer mis caminatas me acercaba a ellos y me hacía reconocer, siempre tuve en mi casa perritas de todas las razas y conocía algo sobre estos ejemplares, día a día me acercaba más a ellos y los llamaba por sus nombres. Luego aprovechando que las cámaras no enfocaban hacia la instancia en donde se encontraban los feroces canes, de mi bolsillo sacaba pedazos de carne que tomaba del almuerzo y envolvía en servilletas de papel y con mucha confianza y sin demostrarles miedo alguno me acercaba a cierta distancia y nombrando sus nombres se los lanzaba y así comprobé que la teoría de Skinner y Pávlov con sus "reflejos condicionados" daban sus resultados positivos y les gustaba más que la comida de concentrado... en otras palabras, me hice amigo de la parejita.
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Batuke y Blaky... |
Después de este importante detalle canino, todo empezaba a tomar su cause rumbo a la 'Libertad'...
En la tercera parte, la huida.
un abrazo libertario.
Hortensio.