sábado, 6 de agosto de 2022

Bogotá a 484 años de su fundación.


 La ciudad permite ver sin ser
 vistos y ser vistos sin ver.
Serge Daney,

Vida ciudadana: millones de
seres viviendo juntos en soledad.
Henri Thoreau.

 Hoy en éste atípico sábado, adelanto esta entrada para hacerle un homenaje a Bogotá, la cuidad de todos los colombianos y su capital histórica. Y qué mejor regalo que leer unas poesías que ha inspirado a los bardos de esta gran urbe donde convivimos más de Ocho Millones de almas y en donde vivieron y murieron en nostálgicas y románticas noches al cobijo de sus cerros y montañas raramente 'siempre azules' y sus versos llenos de cariño y agradecimiento por haberlos cobijado en sus ya míticas entrañas de concreto y acero... en sus vidas.

Dos muy crudas poesías contemporáneas de dos poetas contemporáneos que muestran lo difícil que es vivir en una megalópolis como es Bogotá... oigámoslas en su lectura:


Un breve pedacito de Bogotá.

BOGOTÁ 1982

Nadie mira a nadie de frente,
de norte a sur la desconfianza, el
recelo entre sonrisas y cuidadas cortesías.
Turbios el aire y el miedo en todos los
zaguanes y ascensores, en las camas.

Una lluvia floja cae como diluvio: ciudad
de mundo que no conocerá la alegría.
Olores blandos que recuerdos parecen
tras tantos años que en el aire están.

Ciudad a medio hacer, siempre a punto de
parecerse a algo como una muchacha que
comienza a menstruar, precaria, sin belleza
alguna.

Patios decimonónicos con geranios donde
ancianas señoras todavía sirven chocolate;
patios de inquilinato en los que habitan
calcinados la mugre y el dolor.

En las calles empinadas y siempre crepusculares,
luz opaca como filtrada por sementinas de
alabastro, ocurren escenas tan familiares como
la muerte y el amor; estas calles son el laberinto
donde he de andar y desandar todos los pasos 
que al final serán mi vida.

Grises las paredes, los árboles y de los habitantes
el aire de la frente a los pies. 
A lo lejos el verde existe, un verde metálico y
sereno, un verde Patinir de laguna o río, y tras
los cerros tal vez puede verse el sol.

La ciudad que amo se parece a mi vida; nos
unen el cansancio y el tedio de la convivencia
pero también la costumbre irremplazable 
y el viento.
                      María Mercedes Carranza.

La ciudad que no duerme...


MI QUERIDA CIUDAD AUSENTE.

Con la mirada ausente que no significa nada
de nada, solo un sórdido y callado sinsentido;
solo un ir y venir por esas, sus calles viendo
caras monótonas y frías que saludan como ausentes,
sombrías las miradas se diría que... ¡tienen miedo...!

Miedo al vivir
Miedo al placer
Miedo al equivoco
Miedo al amor fugaz 
Miedo a morir...
Miedo a lo irrazonable
Miedo a lo desconocido. ¿Yo...?

Ciudad vorágine de prisas y más prisas que no
son otra cosa que miedos y más miedos...
de nauseabundos parajes secados al sol y al viento
seres descarnados en rutinas siempre obedientes por temor.

 Miedo necesario... bienvenido, en ésta ciudad ausente,
si no te miro de frente un puñal de veneno en la espalda
encontrarás y penetrará con grande sobredosis de asco,
nausea y recelo de hipocresía y falsedad..

Pero también es mi ciudad ausente donde puedo encontrar
porciones de simples esquirlas de piedad impregnadas de
sutilezas, ternuras y hasta candidez que le pondrá cara de
dolor a la cotidianidad de la maldad... a la degradación, a las
perversiones, y a las cochinas perversidades.

Pero cosa extraña, adoro su presencia y muero por su olor,
su ruido y su frío calor... ¡qué le voy a hacer! te amo
ciudad ausente y pienso que mucho te debo por eso y mucho
más de regalo te dejaré en mi sentir y en mi triste testamento...
mi pútrido cuerpo al morir.

                                                Farwel a su Bogotá en 2009

   

El monstruo...

                                              

Un abrazo muy citadino.

Hortensio.

domingo, 31 de julio de 2022

El cielo de siempre.

Muy pocas personas pueden
mantener el juramento de:
'El presente es para siempre'.
H. Farwel.

Plácido domingo con la prosa lírica de la poetiza boyacense Abigail Sandoval, como siempre preñada de tristeza y nostalgia por su amor ido de manera infame, tristeza que no pudo superar y que la llevo al encuentro de su amado esposo y amante en una tarde de un día cualquiera en su terruño de Sogamoso...

El cielo de siempre.

EL CIELO DE SIEMPRE. 

Lo que más se extraña es lo que más se piensa;
y eso es así pues la distancia que el destino quiso
poner entre los dos nos une más que nada...pero
el amor es nostalgia y no quiero que tu amado
recuerdo se me vuelva rutina y costumbre, no.

Cuando la muerte es certeza inacabada, la
incertidumbre del mañana no tiene importancia,
y esa inquietud y recelo me agobian con una cólera
resignada y sombría que se apodera de lo poco 
que queda de mi sin querer que el odio me arrebate
 la tranquilidad de mi alma en pena que solo quiere
 una Paz serena no importa que esté cansada...

Bajo este cielo que es el mismo cielo de siempre,
inmemorial y vagabundo fui tu única testigo, el único
ser entre tu tiempo y la vida; y una sensación de 
angustia que me dice que me perdí llegando a la 
orilla de mi último aliento al menos con un poco
de memoria para sentir tu presencia...

Impotente veo llegar el final de mi sendero, 
es mi destino y hacia el camino definitivamente
sabiendo que arruinada mi felicidad me hundiré
como en un sueño en donde no pasará nada
excepto el dejar de existir porque nunca quise
conocer el feo y raro sabor de la soledad y me 
iré sin remordimientos y la conciencia tranquila.

Mi vida se volvió una eternidad sin tu presencia,
una pequeña llama de un fósforo en medio de 
una cruel tempestad pero sin el miedo de que
se apague, es el corazón exaltado que dejará de
latir un día cualquiera pronunciando su fin.

                  Abigail Sandoval.

Un sencillo abrazo si llegas a pasar por aquí...

Hortensio.