Dos pensamientos en prosa farweliana, es decir caduca y soslayada, para éste Plácido domingo de fuertes vientos de agosto... nada más.
El peregrino.
El peregrino.
El peregrino... |
En el silencio de alguna noche, pasa un peregrino que decía ser un Márquez, arrastrando historias por esas calles pedregosas, húmedo por el sudor del día y la piel hastiada, su mirada de ojos hambrientos de pan y sal, murmura que viene desde la capital a rastrear a sus ancestros con paso perdido y nada más, con ellos atraviesa en la casi penumbra de un bello ocaso, el 'Puente Camacho' que da arribo al pueblito que se propone a dormir, como un velo de aguas claras y remansos de paz.
Y allí descansa Ramiriquí, inmerso en su glorioso pasado y cobijado por su Boyacá, y el peregrino inhala sus vientos y sus olores, su tranquilidad milenaria de aborígenes irredentos; él con su voz dulce aunque ronca le canta unos versos como un juglar de clerecía que le nacen del corazón pues sabe que esa tierra es suya como nadie...
No deja de pensar que está en Boyacá, cuna de la anhelada libertad, la de los eternos retazos verdes que dan la sabia de la vida desde sus entrañas maternales, entonces el viejo y cansado viajero, el hombre bohemio de sonrisa vespertina, engendro del corazón profundo de esa tierra amada, soñada y querida, siente ingentes deseos de parar sus caminatas de vaga-mundo y desde allí encontrar la esperanza del descanso eterno.
El vacío y la nada... |
Un pensamiento caducado...
Y el silencio, el vacío y la nada, me han condenado a una inmerecida tempestad de angustias y destrucción. Silencio que siempre se convierte en luz después del fugaz rayo; vacío del cual no queda ya nada ni siquiera el dulce mirar de tus ojos verdes; y la nada que me arrastra hasta la asfixia, me muestra el sendero que conduce hasta la tumba abierta de mis tristezas, mis soledades y mis lejanías; solo tengo la tardía obsesión de arrancarme la vida a pedazos, sin súplicas, sin penas y sin temor...