domingo, 15 de diciembre de 2019

El epílogo de Susana.

Un muy fraternal saludo de Plácido domingo, hoy con el epílogo de lo que fue el paso infernal de Susana (narrada en este mismo blog. en entradas anteriores) por este mundo terrible en el que le toco subsistir...
La tristeza de Susana...
Pensaba Farwel, que la historia general de los pueblos tiene un sustrato y no es otro que la historia de las gentes humildes y del pueblo, ciudadanos de a pie, sujetos todos ellos a la que llama "historias de la vida cotidiana". Miguel de Unamuno, la llamaría "Intrahistoria". Son las historias simples y sencillas de personajes del sub-mundo humano, -deshumanizado- que existen en Bogotà y en todas las ciudades del mundo y desde luego, en todas sus épocas... es el hilo conductor de la existencia de Susana en medio de su cotidianidad asfixiante, cruel, tenida por su carácter frágil, que con esa mirada anhelante de suicidio comenzaba cada mañana al 'despuntar el alba' para salir del infierno de la noche anterior.

Con el fulgor desequilibrante de un gosar momentáneo, busca dónde evacuar sus miserias fisiológicas para volver a la realidad de su nauseabunda rutina, sin dejar de pensar en el ser amado que en una madrugada fría se lo asesinaron en un callejón; y recurría con su inmensa tristeza a la que ya se había convertido en una pesada melancolía que todo lo nublaba, solo pensaba que lo suyo fue una entrega divina que se envolvió en un capricho carnal cumplido en un sentido sublime de ideas enredadas como si fuese un canto de sirenas iluso pero peligroso, palabras que no hallaban ninguna respuesta, al saberse en si misma como una semilla estéril, una sombra desquiciada en una constante reinvención y rodeada de un terror movido por ligeras briznas. 

Sin palabras.
Su vaho fue purificante en noches que la estrangulaban, recuerdos aniquilantes en esos sus caminos interrumpidos siempre por el frío amanecer de Bogotà. Mudanzas perpetuas con bostezos que tenían un sabor a muerte, no sentía hambre, solo una sed infinita de encontrar sosiego a su agitada mente. Era una tonada silenciosa y repetida en un marco decadente de túneles olvidados en falsas promesas que siempre las considero absurdas e inútiles... hipócritas, de una obscena ambigüedad moral. Pesadillas, negras pesadillas sin fin... cadáveres corriendo, monstruos con textura humana, sacrificios con olor a muerte, caricias ebrias y extaciantes que una noche de un día se la llevaron por una salida que esperaba anhelante y que se abría al silencio total con un marcado sabor a inanición.

Si, murió de hambre y de tristeza... La fosa común fue su postrer destino. Cuantos seres como Susana, subsisten en las las calles bulliciosas y desoladas de la gran ciudad, en espera de una nada que jamás podrá llegar y condenadas a llevar una existencia que a nadie, en su invisibilidad, importa.
Y se quedo dormida de inanición.
Un abrazo muy quebrado...

Hortensio.