Un par de bien conservados clavos bellotes de esos que se empleaban en las crucificciones de la época de Jesús de Nazaret... |
Después de soltar a Jesús 'Barabbas' apodo que se le daba a éste conocido delincuente y que traducía "hijo del padre", hoy deformado como Barrabás, por los interpoladores de fé, la flagelación y el camino por la vía crucis, el cortejo era encabezado por un centurión -hoy sabemos con certeza que se trataba de Cayo Casio Longinos - encargado de certificar la muerte o tener la exactor mortis de los desgraciados y sus cuatro escoltas o cuaternio, llegaban al campus del suplicio... comenta nuestro historiador de cabecera: " Ya desnudo, (la total desnudez del crucificado era de uso normal en Roma) el reo era tendido en la tierra con el rostro hacia arriba, de modo que tuviese bajo la espalda y los brazos el madero horizontal de la cruz que él mismo había llevado. En tal posición, las manos eran clavadas al palo".
Cuando se contaba con cuerdas suficientes no eran clavadas las manos, pero casi siempre si eran atravesadas por burdos clavos bellotes, en la porción vacía que deja los huesos del antebrazo que empatan con la muñeca... vale decir el radio y el cúbito que es más resistente, ésta fue la modalidad de la crucificción del galileo, se sabe de otra modalidad igual de cruel que consistía en amarrar al cruciarius al patibulum y después de izarlo era descargado en una oquedad que se hacía a propósito al estaticulum y asegurado con un gran clavo para completar la cruz commisa.
"Ejecutada esta primera etapa, el reo - probablemente mediante una cuerda que se le ceñía al pecho y corría por las extremidades del palo vertical plantado en tierra- era elevado sobre el stipes para ser colocado a horcajadas sobre el sedile. Solo teniendo en cuenta el conjunto de estas maniobras pueden explicarse adecuadamente ciertas frases usadas a menudo por los escritores romanos, como ascendere crucem, excurrere crucem..."
Forma históricamente real de cómo era crucificado el reo y la postura de los pies en el madero vertical. |
"Alzado el condenado de ésta manera, el palo horizontal se unía al vertical mediante clavos o cuerdas, y al fin se clavaban los pies. Para esto, naturalmente, se empleaban dos clavos, no uno como se ha imaginado muy frecuentemente el arte cristiano, ya que los pies, a causa de la postura del reo a horcajadas en el sedile, terminaban hallándose casi a ambos lados del palo vertical y no hubiera podido sobreponerse el uno sobre el otro. Este último momento de la crucifixión lo ejecutaban fácilmente los verdugos irguiéndose en pie, ya que, como dijimos, las extremidades inferiores del condenado estaban a la altura aproximada de una persona"
Un calcáneo perforado por un clavo bellote de la época del Galileo, demostrando cómo era cierto la posición de los pies en el madero. |
Como lo narra Ricciotte, esas eran las normas generales que se realizaban en todas las crucifixiones romanas y así fue la de Jesús el Galileo, que se hacía pasar por rey de los judíos e hijo de un dios invisible e ininteligible, en los tiempos próximos de Augusto César, sólo me restaría comentarles cómo se producía la muerte del desgraciado en la cruz; en la mayoría de las veces peate sobrevenía fisiológicamente por un shock hipovolémico fruto de la flagelación a que fue sometido y que al cabo de unas horas se hacía insoportable, aunado a la fatiga, la fiebre y la sed desmesurada que se produce - muchos morían pidiendo un sorbo de agua- ahora, si algún organismo se resistía a morir y si los verdugos estaban impacientes, aceleraban la muerte atravesando el corazón de una lanzada sostenida
o lo acostumbrado: romper los fémures a golpe de clava o martillo el mismo que se usaba para clavar las muñecas y los pies al madero. La indescriptible y dolorosa muerte sobrevenía por paro respiratorio o asfixia.
Como siempre la arqueología saliendo en apoyo de las verdades históricas. |
Esa fue la aberrante realidad de la cruz romana, saturada de crueldad y dolor indescriptible y la verdadera situación histórica por la que pasaban los desgraciados condenados a ésta pena capital. solo me resta darles...
Un doloroso abrazo.
Hortensio.