Cásate con un arqueólogo.
Cuanto más vieja te hagas
más encantadora te encontrará.
Ágatha Christie.
Conjurar el pasado que nos trae dolor,
es una forma nueva de empezar a vivir.
Hortensio Farwel.
Yo soy Josefina Narváez de Castro, mis amigos me dicen 'Pepita' y quiero contarles mi "Última Aventura" como la llamaba ese ser tan especial, "loco" y querido amigo que era Fernando... un día, tres años y dos meses después de nuestra huida, se me murió mirando un bello ocaso, -el más bello que recuerdo y vimos muchos- desde la playa, tomó mi mano y se quedó inmóvil recostado en mi hombro, yo con una inmensa angustia y tristeza lo comprendí cuando con fuerza apretó mi mano; me dijeron que había sido un infarto fulminante al miocardio y eso quería Él, pues lo habíamos hablado en varias ocasiones, no quería morir en una cama acariciando un dolor no deseado y adormecido por esa “mano de dios” que es la morfina, no eso no era lo de Él, quería irse en un instante intenso, en un ya muy rápido y seco, sin proponérselo lo logró...
Un bello ocaso en el Caribe... |
Y ahora lo recuerdo como si 'fuera ayer' cuando llegó al "Club Senior" en compañía de su familia yo miraba la escena desde lejos... lo dejaron allí 'instalado', me imagino que sintió lo mismo que yo cuando me dejaron sumida en la tristeza y una depresión que creí que no iría a superar, casi no volví a hablar con nadie fuera de lo necesario, pero el nuevo inquilino me inquietaba y no supe el porqué... lo miraba de lejos cómo se iba recuperando de esa lógica e ingrata depresión y como se empezaba a integrar al grupo. Era bien parecido y con un porte muy distinguido, algo flaco pero no mucho, caminaba lento pero muy seguro y no parecía que estuviese enfermo, supe que era abogado y cuando me miraba sonriente con ese bigote tan bien cuidado, yo bajaba la mirada para evadir la suya, pero en realidad quería que se me acercara para hablar como lo hacia con los demás, en especial con un señor que era arquitecto y la iban muy bien...
Una tibia tarde, como a los 15 días de haber llegado Él al 'ancianato', me encontraba algo distraída ojeando una revista, y no lo sentí llegar pero ya estaba sentado a mi lado, me puse nerviosa como una adolescente sorprendida... le miré a los ojos verdes que escondía detrás de unas gafas pequeñas de esas de leer y para qué, ese par de esmeraldas... me gustaron, nos miramos y un solo ¡hola...! bastó para que yo quedara prendada de Él, ¿por Dios que me estaba pasando? no lo sé.
Pero era una dama y además muy entrada en años y no podía permitirme esos pensamientos algo cursis: - "me llamo Fernando y soy nuevo...", me ofreció la mano y le tendí la mía, me estremeció sentir la tibia suavidad de esa mano que estrechaba la mía con firmeza y que movió lentamente para luego devolvérmela. Me llamo Josefina y le doy la bienvenida, ojalá tenga una buena acogida y volví la azorada mirada sobre la revista esperando que no notara mi nerviosismo... se despidió con un: "fue un placer conocerla Josefina, nos veremos por ahí" y me acuerdo que le respondí que mis amigos me dicen Pepita. -"O.k. Pepita, fue todo un placer". No me van a creer, pero desde ese día lo buscaba discretamente en el comedor, la instancia de juegos y en el jardín para propiciar un nuevo encuentro.
En una banca del jardín... |
Y este se dio después de un frugal almuerzo, cuando note que escondía algo en el bolsillo derecho de su mullida chaqueta de invierno y Él lo notó y sin que yo le pidiese explicación me fue diciendo... -"Es para los perritos de allá afuera, un pedacito de carne"; yo no le contesté nada por prudencia y el tiempo se nos fue dando de un manera impensada, pasó raudo entre el tratar de saber más el uno del otro en una forma intrascendente, era tan agradable en su conversar que parecía que nos conociéramos de toda una vida. Todas las tardes lo veía pasar rumbo a la perrera sin poder imaginar que ya estaba tramando algo con aquellos mastines de guardia; lo esperaba en 'nuestra banca' del jardín que estaba orientada frente al poniente, allí nos quedábamos hablando hasta muy tarde hasta que las enfermeras nos hacían entrar con el fin de que nos preparásemos para la cena.
Siempre me hablaba de libertad y que se sentía como en un claustro... ¡me voy a escapar! me dijo una tarde, "yo no sirvo para vivir encerrado viendo como se me pasan los días y los días"... "¡Me voy Pepita! lo tengo decidido" me quedé de una pieza y sin salir de mi asombro solo atiné a decirle: -¿Estas loco? y me respondió que si y esa sería su 'última aventura'; "Déjame que te cuente" y me narró los detalles de su formidable plan de escape, fue cuando me propuso que lo acompañara. Nunca en toda mi vida me había sentido tan inquieta y emocionada, esa noche no pude dormir, ¿sería verdad todo lo que me había dicho, con esa seguridad tan firme? sus palabras se repetían una y otra vez en mi cerebro; -"Mira lo que nos está pasando, casi que abandonados a nuestro destino". "Todo está fríamente calculado y previsto... nada puede fallar". "Viviremos con mis ahorros secretos" fue cuando supe que tenía un CDT millonario que le producía algunos dividendos y del que me hizo su endosataria, fuera de los fajos de billetes ocultados en su chaqueta, nunca nos preocuparíamos por dinero y viviríamos bien mejor que bien, sin preocupaciones.
La inefable belleza del Tayrona. |
Y salió de mi esa aventurera que siempre fue frustrada y ya nada me importó, lo acompañé y nunca sabré a ciencia cierta el porqué lo hice pero tengo muy claro que jamás me arrepentiré, porque ajustamos la velocidad de los días con lo que nos tocó vivir y lo hicimos en lo que Él llamaba "el rabioso presente" ¿Qué más decir? quiso fecundar nuestras fantasías y lo logró, nos solazamos como niños frente a ese mar que amamos y transgredió todo lo que le pedía en una forma respetuosa, nada fue forzoso ni obligado pues habíamos botado al fango nuestras caretas para siempre, fue un hombre con la poesía a flor de labio, de propuestas lógicas pero inesperadas.
Su mirada verde me detenía a través de lo que fuese a decir, ¿con qué me vas a salir hoy? era la pregunta más frecuente que le hacía, y me abducía con un tierno sentido del humor que yo lo convertí en amor, de verdad, aprendí a amarlo. Toda nuestra relación fue imaginada por Él, imaginada y sentida; además siempre entendí que esto que vivimos no podía durar por mucho tiempo, pero lo callábamos y nos mirábamos a lo más profundo de nuestros ojos y para no pensar en ello, siempre me inventaba algo y nuestro mejor aliado siempre fue nuestra "buena salud" que nos acompañó hasta aquella puesta de sol en que a nuestra manera nos despedimos.
Sus cenizas las lanzamos frente a una bella ensenada del Tayrona y yo seguí con el plan que trazamos si alguno de los dos se iba primero. No regresé, aunque mi vida fue longeva y cada día en su honor salgo a mi amada playa cuando el sol engalana la hoguera del ocaso como antesala del silencio cuando trato de pausar mi vida y no lo logro. De nuevo me acecha la infinita tristeza de la soledad pero con una diferencia... su recuerdo me hace feliz.
Un abrazo de gratitud a Pepita, germen de eternidad.
Hortensio.