domingo, 9 de octubre de 2016

¿Si estás comunicado por qué no puedes dialogar?

Dedicada con especial cariño a
Graciela Gordillo Angulo...
mi amor de primavera.

Qué paradoja más sutil y es la que tiene al mundo en tantos y tantos problemas, pues bien en éste Plácido domingo, ¿por qué no podemos dialogar...? ya se sabe de sobra que la comunicación es un fenómeno de transmisión y de por sí intercambiar información, en la etimología de la palabra comunicar es poner en común algo y además compartirlo... pero ¿dialogar?.

La rutina, enemiga del diálogo. 
Durante toda la entrada mostraré diálogos cortos de personas normales a modo de ejemplos:

Un diálogo de sordos...

La psicóloga: ¿Cómo puedes fingir que no pasa nada teniendo esos cortes en las muñecas?
La suicida: De la misma forma que Usted finge que le importo.

Ya lo dice la sociología: El primer instrumento de la unión es el diálogo. Vivimos en nuestros días la paradoja de la inundación y la sequía simultánea en lo que se refiere al diálogo, ese de hablar mucho y no decir nada, de oír sin escuchar, de encontrarse sin hacer contacto, de repetir sin entender, de usar y abusar de los medios de comunicación sin comunicar nada. Diálogo sin interés, conversaciones sin tema, palabras sin sentido, conceptos sin ideas que solo son acrobacias estériles. El diálogo auténtico, cuando llega a darse, es siempre fecundo porque es el encuentro de dos seres en la claridad del mismo.

Un dialogo de perdón y ¿olvido?...

Ella: Agarra ese plato y tíralo al suelo.
El: Listo...
Ella: ¿se rompió?
El: Pues obvio... si.
Ella: Ahora pídele perdón.
El: ¡Perdón!
Ella: ¿Volvió a ser lo mismo?
El: Pues no,
Ella: ¿Ahora lo entiendes...?

¿Es el baile un diálogo?
¡Claro que sí! es una comunicación sutil...

Y sigo con las paradojas... ¿cómo es posible que el diálogo que debiera ser el más natural y normal entre personas que viven juntas no se de? La extraña realidad, sin embargo, nos muestra -en una inmensa mayoría- que a veces se hace precisamente más difícil entre ellas. La proximidad crea reparos, la familiaridad engendra retraimiento, es decir padres e hijos, hermanos y hermanas, juntos pero separados. Proximidad física y reserva afectiva, todos ellos mutuos desconocidos, mucha conversación y ningún diálogo. Presencia sin contacto. Parentesco sin entenderse

Imagen y aviso para gente que vive en el mismo espacio o casa sin encontrarse jamás, que se ven a diario sin acercarse, que hablan entre sí sin llegar a saber nunca lo que el otro piensa. Vecinos sin contacto. Hermanos sin diálogo. Esta es la triste realidad y el panorama dislocado de nuestra sociedad que se retrae y no puede dialogar...

Un diálogo  de tristeza... 

El: ¿Te pasa algo... no?
Ella: No en realidad.
El: ¿Y entonces...?
Ella: ¿Entonces qué...?
El: Tus ojos verdes están tristes.
Ella: Ha sí, es que tienen ganas de llorar.
El: ¿Debe pasar algo... no?
Ella: No, solo que se ha acumulado mucho hielo en mi interior y ahora a comenzado a derretirse.
¿Te pasa algo...?
Lo que hay que dejar bien en claro es en qué consiste la naturaleza misma del diálogo. Lejos de pensar - como es del común - el diálogo no es una conversación, pero mucho menos es una discusión, o un debate. Con el diálogo no se va a convencer a nadie sino a que lo entiendan todos, es hacerse entender en esencia. Y, por otra parte no voy a ser convencido por mi interlocutor, sino a entender su punto de vista (a cosa difícil). Esa es la actitud fundamental del "pobre dialogo que nadie lo entiende" como decía un poeta. No convencer, sino exponer; no ser convencido, sino entender. ¡claro que es difícil! Estas dos actitudes, convencer y exponer, no solo son diferentes sino que incluso pueden ser opuestas... cuando quiero convencer, no consigo que ni me entiendan; y puedo entender un punto de vista sin aceptarlo.

Al dialogar no arguyo, no defiendo, no propugno, mucho menos... ataco, me contento con... exponer.
De ahí que ese diálogo del día a día, ese diálogo entre personas del común, no es de controversia, si fuese así estaríamos en pleno debate, como por ejemplo, el jurídico en donde es un juez investido de toda potestad, el que dirime la controversia basado en las pruebas de cada contradictor. No, en el diálogo de nosotros los mortales a diferencia del debate político o jurídico o el diálogo de sordos de las religiones con sus dogmas inamovibles, al escuchar no lo hago con la intención de encontrar los fallos en incurra o en lo que diga la otra persona, sino con el deseo verdadero de entender su punto de vista, de sentir como él siente, de 'estar en sus zapatos' o como repetía el filósofo: "de ver con sus ojos".

Un diálogo de amor...

Ella: ¿Me amarás...?
El: ¡Siempre....!
Ella: ¿Y si engordo?
El: Rodaré contigo.
Ella: ¿Y si envejezco...? 
El: Compartiremos el bastón.
Ella: ¿Y si dejo de amarte?
El: Té enamoraré todos los días...


En todo lo anterior está la riqueza y el valor del diálogo: en hacerme el otro y, en consecuencia, en salir de mí mismo y poder considerar una opinión - a la que yo me opongo -, desde el punto de vista del que la defiende. Eso querida mía, es valentía intelectual, es delicado equilibrio. Yo tengo mi opinión y la defiendo; me propongo a oír ahora a quien propugna la opinión contraria y no me pongo a la defensiva, no me cierro ni tengo miedo de escucharla (donde hay miedo no hay diálogo) pues no debo entrar al diálogo con prejuicios ni sospechas.

Después de oír todo lo que hay que oír, cambiare o no de opinión... ahora llevo conmigo su punto de vista, y él lleva el mio, eso son puentes. Al diálogo no le importa eso, pues nunca cesa, dura mientras dura la vida pues es su combustible.Y aunque es imperfecto y no es algo bueno en sí mismo, hay que acogerlo como un mal menor y necesario, ya que se puede transformar en un innegable instrumento de unión y saldría ganando.

Un diálogo  feliz...

El: ¡Te quiero...!
Ella: ¿A cuantas más se lo dices?
El: A muchas...
Ella: ¡Descarado!... ¿a todas se lo dices?
El: Sí, a todas les digo que te quiero.

Con él a mi lado - el diálogo auténtico - habré entendido y entenderé mejor, mientras viva, a mis seres queridos, a mis amigos y porqué no... a mis enemigos.

Un abrazo de diálogo sincero.

Hortensio.

Un sueño llamado Iguazù