"las únicas cosas importantes en ésta
vida son las que se recuerdan".
Jean Renoir.
Plácido domingo, éste es un relato cierto que me pasó una tarde que recorría la carretera de Tunja la capital del departamento andino de Boyacá, hacia la capital, la antigua Atenas Suramenricana... Bogotá, y aunque por razones de seguridad en esa lejana época de 1976 no había (ni hay hoy en día) cultura para el auto-stop, no se que me motivó para recoger, en un pueblito intermedio llamado Ventaquemada, a un tipo bien vestido y de sonrisa fácil que me pidió un 'aventón' para llegar a su destino al norte de la capital; no le ví inconveniente pues -repito- no se el porqué me inspiraba algo de confianza.
Durante el recorrido la conversación fue insustancial y cordial pues era un hombre afable y con cierta cultura general, todo iba bien hasta que apareció en una leve curva del camino, un retén policial y como de costumbre me pidieron los papeles del carro (coche) sin saberlo por distracción u olvido, el seguro estaba vencido y eso era suficiente para ocasionar 'un parte' es decir una multa honerosamente elevada. Trate por todos los medios de disuadir al policial paro éste se mostró insobornablemente insensible... nada que hacer.
Reanudamos el viaje, pero en medio de mi disgusto la conversación perdió el encanto que traía antes del incidente, ya entrando a Bogotá, por la carretera central del norte, llegamos a un barrio muy antiguo llamado Lijacá (hoy Tibabitá) deteniéndonos frente a una tiendita pues mi furtivo copiloto como retribución al aventón, me invitó a tomar una gaseosa... gustoso le acepté y reanudamos la conversación que había sido interrumpida por el incidente del retén policial...
- Mire doctor, mi nombre es Julio Herrera, de los Herreras de aquí y le estoy muy agradecido por haberme traído hasta aquí
- Bueno - le dije- Usted vive por estos lados?
- Sí, a solo unas cuadras de aquí y sumercé, a que se dedica?
- Soy 'visitador médico' y estudio derecho.
- Ha... ya lo decía, tendremos un abogado muy pronto, me interesa.
- Porqué...?
- porque mi profesión es ser carterista y uno no sabe...
Cuando dijo esa palabra, instintivamente me mandé la mano al bolsillo para comprobar si mi cartera estaba todavía estaba en su sitio... y con alivio comprobé que todavía estaba allí. El gesto de angustia no pasa desapercibido por mi eventual copiloto; él se da cuenta y trata de disculparse, pero yo insisto en que no tiene importancia, que lo bueno era que habíamos llegado bien y no había empleado sus habilidades en mi contra, fue un alivio.
En esos momentos ya de despedida, mi pasajero Julio, mete la mano a su chaqueta de pana gris y me dice con una sonrisa franca y sincera...
-Gracias mi doctor, no se preocupe y quiero hacerle un regalito por ser Usted tan buena persona.
Estira la mano y en ella - para mi sorpresa- la libreta de multas en donde aparecía entre otras, la multa que me había impuesto el policía unos kilómetros atrás. Con un apretón de manos me despedí desde luego dándole las gracias, arranque la máquina y solo pude decirme con una sonrisa de satisfacción:
- ¡Increíble las cosas que a mi me pasan..