domingo, 30 de septiembre de 2018

Un cuento del Medioevo...

Hola amig@s en éste último Placido domingo de septiembre, un maravilloso cuento que parece que fue realidad pues está por ahí en alguna crónica perdida que llegó de la mano de esa inmensa tradición oral que algún rapsoda, trovador o juglar de esa lejana época escribió...
Juglares de la edad media.
Se cuenta que en esa edad oscura que vivió la humanidad, mucho antes del renacimiento, en una ciudad que no encuentra su nombre, un hombre fue acusado injustamente por un delito de homicidio, le imputaban el hecho de que había asesinado a una mujer; el propósito de dicha acusación era encubrir y proteger a un noble e influyente señor feudal, verdadero autor del crimen.

El pobre hombre, villano comerciante de muy pocos recursos fue llevado a juicio público con la convicción de que no tendría la más mínima oportunidad de demostrar su inocencia y de por si indefectiblemente la horca sería el  veredicto a cumplir.

El juez, quien desde luego era amigo del asesino y cómplice necesario del mismo, trató por todos los medios de que el juicio pareciera justo, ideó una forma muy segura de asegurar el fallo adverso en contra del pobre hombre, le dijo delante de toda la audiencia pública:

- "Conociendo tu fama de hombre devoto del Señor, vamos a dejar en manos de Dios, tu destino. Se ha escrito en dos papeles separados las palabras culpable e inocente... Usted señor, escogerá uno de ellos y será la mano de Dios la que decida tu destino".

Desde luego, 'el corrupto servidor de la justicia' había preparado las dos papeletas con la misma leyenda : Culpable. Nuestro hombre que no era tonto advirtió que era una trampa inevitable y no tendría escapatoria a menos que ocurriera un milagro... El Juez conminó al reo a tomar una de las dos papeletas que estaban dobladas a la mitad en un odre.

Nuestro hombre respiró profundamente y se quedó mirando el recipiente con las papeletas fijamente, luego cerró los ojos como pensando, cuando ya la audiencia comenzaba a impacientarse, abrió los ojos y con una mueca de sonrisa forzada metió la mano, cogió uno de los papeles y con la velocidad de un rayo lo llevó a su boca y se lo comió...

Entonces todos se pusieron de pie airadamente para reclamar y reprochar indignados el acto de nuestro hombre:

El Juez le gritaba: ¿Pero, Que ha hecho...? y ¿Ahora, como sabremos cual es el veredicto...?

"Es muy sencillo -gritó el acusado, levantando los brazos para pedir silencio y repitió:" Es muy sencillo, es cuestión de leer el papel que queda y sabremos que decía el que yo me comí.
El público absorto exigió que el Juez leyera y mostrara el otro papel que ya sabía que decía, y con mala gana y renegando de la audacia y del reo, tuvo que mostrar y leer la papeleta y liberar al acusado pues era mandato de Dios.

Se cuenta que nadie más lo volvió a molestar y con el tiempo demostró su inocencia.

Para concluir ésta entrada del día de hoy y como colofón, unas palabras del astrofísico alemán Albert Einstein: "En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más  importante que el conocimiento" y que cierto la imaginación había salvado de una muerte fija a un hombre inocente en un momento crítico que lo hubiese llevado a la tumba.

Un imaginativo abrazo.

Hortensio.













  

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