Jaime soñó que se estaba fugando de la Torre Vizcaya, pero el abrir los ojos las paredes y el paisaje seguían allí, emociones sin salida, experiencia dolorosa y miserable pero en ocaciones placentera y ese era el problema, buscar la salida con la complicidad de un evento etílico que lo alejara por un estrecho y mínimo fugaz instante de esa espuria siembra que él mismo labró y que ahora lo atenazaba; tejedor único de esa red que hoy lo aprisiona aunado de sucesos que sin duda no buscó pero que poco a poco se fueron sucediendo asociados a mil factores que se fueron acumulando muy paulatinamente ayudando a consolidar los barrotes de su prisión y escapar se le convirtió en una tarea desesperada absolutamente imposible; buscó resignación y el cuerpo fue su maldito cómplice, no le respondía
No hay prisión que valga cuando el sueño es vívido, tal vez era un mal sueño pero no estaba seguro
¿Cabe, - me pergunto-, mayor misericordia que la de regalarle un nuevo comienzo?
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