domingo, 13 de junio de 2021

Hace seis meses (3a parte)

No huímos para escapar de la vida,
huímos para que la vida no se 
nos escape...
Hortensio Farwel.
En éste Placido domingo, estamos de nuevo en el “Club Senior” cerca de Bogotá, y el plan de escape había comenzado a caminar, Oswaldo me ayudó a ‘cranear’ -como él decía- los últimos detalles después de haber acordado cuánto me iba a costar “el chistesito” de ese escape, puestos de acuerdo en el precio de sus servicios, nos llevó una semana ultimar cada paso a seguir, la hora, la fecha y el ‘modus operandi’ de la operación: “Hasta Nunca”.

La hora de la huída...

Olvidaba comentar, que no fue fácil convencer a Pepita de ser mi compañera de viaje, cómplice de mis locuras, Ella era una señora muy púdica y decente, desde luego mi propuesta tenía un alto grado de “indecencia impúdica decente” pero comprendió que aún tenía muy buena salud fruto de su pasado como deportista de ‘alto rendimiento’, y aceptó sin condiciones la propuesta ilusionada de un soñador  de ‘bajo rendimiento’ y alto sentido de la libertad, se ilusionó de tal grado que se convirtió en la anotadora de cada detalle a realizar, pues acordamos que no teníamos derecho a un plan B si fracasábamos, nos separarían y a mi me expulsarían por ser un "viejo verde" pervertidor de ancianas con propuestas deshonestas y quién sabe que más cargos... hasta judiciales.


Y como “no hay plazo que no se cumpla ni fecha que no se llegue” ese día de abril uno antes de mi cumpleaños al despuntar el alba o crepúsculo matutino, antes de que el sol despuntara por detrás de los bellos cerros que circundaban al Club, partiríamos con lo que teníamos puesto y dos mochilas llenas de recuerdos. En el turno de noche del día anterior se encontraría doña Ester, una muy eficaz y competente enfermera especializada en geriatría; de cierto genio atravesado fruto de lo estricto de sus funciones que las tomaba muy en serio como profesional responsable que era y como apoyo, Oswaldo, el fornido y eficiente auxiliar de enfermería, que todo lo miraba a través del cristal del negocio y la oportunidad del “servicio eficiente”.

El portón de la libertad.
A las cinco de la mañana, mi amigo Adolfo, el arquitecto, empezó a fingir un espantoso dolor de estómago y que a gritos sacaría a doña Ester de su cubículo y a Oswaldo de su puesto de observación de las cámaras, la puerta principal estaría sin seguros y el camino estaba allanado. Aprovechando el escándalo Oswaldo nos dio la despedida y un ‘hasta nunca’ desde la puerta del cuarto de mi amigo y 'hermano' Adolfito. Las cámaras, al otro día, nos mostrarían caminando hacia la reja metálica del portón de lo que alguna vez había sido una finca agrícola, tomados del brazo y acompañados cariñosamente por los dos mastines guardianes hasta el hermoso portón centenario que habían conservado como un recuerdo de pasadas épocas.

Cruzado ese último obstáculo, nos siguieron sigilosos por el borde opuesto de la malla de alambre galvanizado que encerraba el potrero frontal y terminaba en una curva de la carretera, que se perdió tras un montículo de tierra coronado por un gigante Sauce Llorón y ya en un punto ciego al que no llegaban los acuciosos ojos mecánicos con sus potentes lentes...

En un recodo del camino estaba la anhelada libertad.

Unos cincuenta metros adelante del gran árbol y al recodo del camino, un 'jeep' de modelo antiguo nos esperaba, el propietario del automotor era un primo del querido bribón que hizo que la "Operación Hasta Nunca" llegara a su feliz término en esa primera fase de la huida. Subimos al destartalado automotor que tenía un agradable olor a libertad y éste emprendió su ruidosa marcha rumbo a la gran metrópolis...

En el próximo y último capítulo, -es una promesa-, el desenlace de "La última aventura"...

Un abrazo de incertidumbre e ilusión.

Hortensio.

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