Lo malo de lo bueno es que pasa,
lo bueno de lo malo es que pasa.
Rabatté.
De paso otra vez por esta ruta pandémica y siendo de verdad un atípico lunes festivo, nos encontramos ya- Pepita y yo- en las congestionadas calles y avenidas de la 'Gran Ciudad'... serían cerca de las 7 a.m. y habrán pasado revista a los cuartos, constatando nuestra ausencia, buscarán por todos lados, de golpe Oswaldo, encargado de las cámaras con una angustia muy fingida, llama a la jefe Ester y retrocede la cámara número uno que enfoca la vereda que lleva a la entrada principal y allí nos encontrarán huyendo, activan los protocolos de emergencia y dan aviso a la policía de la bella localidad de La Calera, para iniciar la búsqueda y rescate de la parejita de ancianos "extraviados"... pero la verdad es teníamos a favor 2 horas de ventaja y ya fuera del alcance de los policiales.
"La huida" |
Pasamos el único reten que separa esa bella región andina de la Capital... y ya en la gran avenida oriental que atraviesa la ciudad de lado a lado y que se conoce como la carrera 7a o "camino real" como 'In illo tempore' se le conocía, Ramiro, el primo de nuestro 'cómplice necesario' el ya recordado Oswaldo, nos desembarcó y ayudó con gran comedimiento a apearse de su 'nave' -como él le decía a su desvencijado jeep- a Pepita, corrí la cremallera de mi chaqueta y de un bolsillo secreto saqué un billete y se lo di de propina... muy merecida.
Quiero contarles que esa prenda para el frío, la mandé modificar con un sastre amigo, le habíamos cambiado el forro y al nuevo le puso una serie de muchos bolsillos con la clara finalidad de 'encaletar' dinero y cualquier otra cosa, yo solo los cargué de billetes de alta denominación ($50 y $100.000) que venía guardando desde hace muchísimo tiempo y para no tener que pedirles nada a mis hijos y menos a mis nietos, salvo un poquito de amor y compañía... ¿comprenden ahora de dónde salían mis 'ahorritos'?
Allí Ramiro nos ayudó a tomar un taxi que nos llevó hasta el aeropuerto de "El Dorado" en donde nos esperaban dos pasajes de ida solamente, que me había comprado un viejo cliente dueño de una agencia de viajes y al que siempre le compré mis pasajes aéreos cuando los necesité, al estafeta le pagué el importe de los mismos y esperamos abordar el avión que nos llevaría en esa búsqueda interminable que es ese mito insaciado de "la felicidad" basado lógicamente en la imperturbable libertad... el destino, Santa Marta en el bello y siempre azul 'Mar Caribe' y dejo constancia que fue a petición de Ella, que siempre anheló pasar sus últimos días junto al mar y yo de mil amores le concedí ese inefable deseo... un día en nuestro "Club" me musitó casi al oído, que eso era algo que soñaba hacía más de 30 años, volver a pisar descalza las payas del Tayrona y respirar su aroma tropical. ¿Cómo negarme?
Playa Cristal en el Tayrona... |
Y la lacónica misiva que llegó al "Club Senior" con la sola intención de exonerarlos, en alguna medida, de su responsabilidad por habernos dejado escapar, decía: "Muy apreciados miembros de la junta directiva de la Fundación: La decisión premeditada y libre de haber abandonado su muy bello y acogedor hogar, no tubo más motivación que tomarnos -si nos dejan- unas largas vacaciones antes de mirar a los ojos profundos de 'la Gran Resignación'. Quedamos inmensamente agradecidos por sus atenciones y reiteramos que fue una decisión muy libre y espontánea por parte de los dos. Espero que ésta despedida sea para siempre. Atentamente sus gratos ex-inquilinos. Pepita y Fernando" (siguen sus firmas y huellas). El sobre de correo certificado tenía como remitente una oficina de correos de la ciudad de Cali. Desde el Caribe, envié a un viejo colega la misiva para que a su vez la remitiera de nuevo a la Fundación, quien de seguro les contaría a nuestras respectivas familias de la decisión de estar en Cali pasando unas largas vacaciones.
Llegados al aeropuerto Simón Bolívar de Santa Marta, un amable señor con un cartelón que tenía pintado mi nombre, salió a recibirnos por recomendación de mi gran amigo y colega el doctor Absalón Diazgranados, quien nos trasladó a El Rodadero, a tan solo 10 kilómetros de distancia hasta el edificio 'Cristal' una hermosa mole de 8 pisos de aparta-estudios totalmente equipados, que alquilaba a turistas por temporadas vacacionales, nuestro nuevo 'hogar, dulce hogar' quedaba en el segundo piso cuyo balcón daba una hermosa vista al mar y a la playa que quedaba pasando la calle... con un precio muy especial le adelanté tres meses de alquiler... a Pepita le gustó mucho y yo no tuve objeción alguna, en verdad era muy acogedor...
Perdidos en El Rodadero... |
Para estar en Paz, con nosotros mismos hicimos el pacto de no recordar el pasado, ni siquiera los momentos buenos que siempre llegan de la mano con los malos recuerdos, viviríamos solo "el rabioso presente" llenándonos de vida despacio, sin afanes ni preocupaciones. Así dimos forma a la aventura que iniciamos hace algo más de seis meses atrás en el 'ancianato' en el que nos conminaron nuestras amadas familias a quienes teníamos al tanto de nuestra nueva vida desde ese enlace de lejanías que era Cali. Fue impresionante sentir que nuestros achaques físicos y de los otros, casi que desaparecieron como por gracia de magia y literalmente se nos olvidó que éramos viejos pues no nos faltó nada, nos llenamos de afecto y fuimos felices hasta donde recuerdo.
Todo estaba previsto y cubierto económicamente, extremamos nuestra seguridad personal para evitar accidentes, y qué decir de la salud y los dolores, pues que casi no nos visitaban; viajamos por el litoral caribe casi todas las semanas, no se nos quedó una sola playa, ciudad o pueblito por visitar y luego regresar a nuestro 'Hogar, dulce hogar' en El Rodadero, que era nuestra base de operaciones. Sobra decir que hicimos en ese tiempo, muy buenos amigos que nos hicieron más amable nuestra estancia allí... No quiero aburrirlos con detalles -que hubo muchísimos- de nuestras permanentes vacaciones, solo decirles que esos seis meses se nos convirtieron en años de Paz que estaban ahí para ser vividos, olidos y sentidos.
Una tarde Pepita, me dijo algo bello dándome un beso en la frente y un muy quedo 'gracias' : "Me hiciste creer que era nuestra última aventura e ilusionada lo acepté y creí, pero en realidad me diste a ver que la vida es hermosa si se tiene a su lado un ser tan especial como tú, me regalaste un hermoso tiempo que vivir, gracias loco amigo" y tomando mi cara entre sus delicadas manos, me besó tiernamente en la boca. Quedé mudo y unas acuosas lágrimas asomaron a mis ojos rodando imperceptibles rumbo a mis mejillas, cuando sentí el dulce cosquilleo de su caminar, me pase la mano y las limpie... tarde, Pepita las había notado y también soltó las suyas lindas y prístinas que anegaban sus azules ojos como las aguas del Caribe, no se imaginan que momento más dulce y sentido, nos abrazamos como dos adolescentes enamorados y así permanecimos unos interminables minutos, entonces pensé, ¿qué más le puedo pedir a la vida? Me incorporé y la dejé sentada allí mirándome a los ojos con esa dulzura muy de su mirada sin poder definir si era de agradecimiento o de amor, hubiese sido estúpidamente imprudente haberlo preguntado, eso solo se siente. La miré y le dije: "Vida nada me debes... Vida estamos en Paz". Y poniéndose de pie, me contestó: "Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo vida..." y en coro repetimos, Amado Nervo; sonreímos como niños y cogidos de la mano salimos a la playa a contemplar el más bello ocaso de sol que jamás hubiésemos visto.
Un bello ocaso de sol sobre El Caribe |
Un abrazo pletórico de vida!!!
Hortensio.
Post escriptum: Los invito a leer el epílogo de ésta historia que se convirtió en un cuento algo largo y es nada menos que la misma aventura, pero contada desde la óptica y el lado femenino de Pepita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario