domingo, 17 de enero de 2016

El camino de la selva. 1.922

                                                                                                                                             A Lucas...
Los milites armados violaron a una humilde estulta porque según decían esas bestias con una descarada acrimonia: "la sensualidad hambrienta los hostigaba" y le causaron serios estropicios a su cuerpo y a su dignidad... eran temas drolàticos muy escasos de estudiar, comenzando por el apelativo de la indígena violada que resumía fonética en el lenguaje de Cambronne: La Merde.

La indígena.

En aquellas calendas estos policías tenían serios problemas de economía doméstica y la alcaldía para el pago de escarcelas que en veces terminaban entre denuestos e improperios contra el alcalde y en el pueblo todo era desabrimientos que tenían refugio en la parla de cafetín... la vida continuaba y transcurría sin que esos seres anodinos se diesen cuenta de su estado melancólico imbuido en la asfixiante rutina.

Así era esa tierra natalicia como le decían con harto cariño arcaico en la triste noche colonial y pasó que por aquellas épocas Misìa Lucrecia tuvo un golpe bonancible por la fortuna, le daban los parabienes como toda la grey, pero la envidia les concedió unos clarones pálidos a los ricachos del pueblo que no volvieron a la fonda de la agraciada y se mudaron al mesón de don Tachuelo, quien tenía fama de estólido pero no de bobo, y Ella en medio de esa saya de seres, se sentía preterida, menospreciada e indeseada.

Eran los ventisqueros de agosto y el embeleco de las cometas llegaron a esos lares y la historia y la tragedia de la pobre indiesita se fue olvidando y todo quedaba atrás olvidado como noticia vieja en un pasquín botado a la vera de un ejido; para Ella, nostalgia y tristezas envueltas en vergüenzas ateridas de asco y dolor. Fue una crónica criminal cerrada y olvidada... ¿donde quedaba la entenebrecida tarde
que terminó con cárdenas de sangre enceguecidas por el alcohol? Justicia mezquina y desviada, puta impunidad. Pareciera que Ella con quebrada y delgada voz de tristeza como verso becqueriano nos dijese:

"Entro la noche y, del olvido en brazos caí.
Cual piedra, en su profundo seno dormí.
Y al despertar exclamé:
              Alguno que yo quería ha muerto."               

Y tras la ordalìa de pasión infame y la impunidad abstrusa, degradante y áspera, zaherida y desvaída, La Merde, indígena de cierta belleza clásica, muy al amanecer cuando apriesa el cántico de los gallos, tomó su acémila que cargó con comida y trastos viejos y tomó camino de la selva que con toda la decisión de su llamada, hacia la tarde se internó ya en la cerrada manigua, en el tremedal amenazante de soledad y peligro de la selva en busca de una playa alejada y tranquila del río Magdalena, que a su vera se desliza embrujador y misterioso, para vegetar mustiamente sin un halago de nadie, sin una esperanza, sin un porvenir, bajo el resistero asolador de ese trópico dramático.

La manigua.
Pero los desgraciados recuerdos y pensamientos le llegaban de lejanías entorpeciendo su camino y su falgar en un desmadre bizarro que le impedía caminar con terquedad, si los hados le eran propicios y favorables llegaría al río en un día o una tarde de cualquier día en compañía de ese gigante abogado de los caminantes... san Cristóbal, Ella acezaba ya de cansancio y de inquina, apocada y cancina, desgraciado y amargo destino en estoto camino, fragoso y sombrío, cruel y desconocido que confunden los tonos cenitales del sol con la noche que aparece insulsa y llena de azares inevitables y peligrosos en un sino de pesadilla y ausencia en los dominios de lo desconocido que alonga en sus vespertinos horizontes las adustas figuras de los árboles gigantes y llegando con la noche ese raro Orfeón zoológico de la mano de las sombras dando paso a que las fieras entonen su lenguaje bronco y amenazador.

El río...

Una mañana llegó a la rivera del gran río con sus líneas arcifinias limitándolo en aquella orilla y piso una playita... el laudade fue total, jubilosa ufanía dolora; toco su barriga que latía y pensó que el camino recorrido fue hecho con terco amor pero con mucho dolor. Valió toda la pena.

                                                                                                 "El camino de la selva, 1922" (Farwel)

Un abrazo de gratitud y estima.

Hortensio.

Post escriptum: Si tomas un diccionario que sea el más arcaico.

   


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