domingo, 11 de enero de 2015

La codicia del "pastor".

Erase una ves, en un pueblito de Boyacá, bien al norte donde comienza el bello nevado del Cocuy, que esta historia pasó... allí vivían en una vereda una parejita de viejos campesinos muy pero muy pobres, ella Nicasia, era más joven que el pobre Joaquín, quien se encontraba muy enfermo por aquello de la 'diabetes' y lo que tenía que pasar pasó 'en una mañana de frío invierno' el viejo expiró y la pobre Nicasia desesperada acudió a sus vecinos para que le ayudasen a enterrar a su marido, todos tenían una disculpa para no ayudarla, entonces fue en busca del cura del pueblo quien le respondió que ya era muy viejo y no tenia tiempo para hacer obras de caridad que fuera y consiguiera algo de dinero para ver que podía hacer y la despachó.
Un amanecer en el campo...
En su desesparación decidió pedirle ayuda a un pastor evangélico que en un garaje recientemente había abierto una  iglesia con un cartel encima de la puerta que resaba: 'misión carismática' le contó a dicho pastor quien le puso muchas trabas como renegar del catolicismo, y acogerse a la disciplina de la "iglesia", pero lo importante tenía que conseguir algún dinero para diezmar; como esto era algo más que improbable llorando le pidió que la ayudara, el tal pastor viéndola vieja le preguntó si tenía tierra propia a lo que ella contestó que tenía una parcelita en una vereda cerca del pueblo pero que la tenía hipotecada al Banco Agrario y que la cosecha todavía se iba a demorar por lo que no tenía nada. El tal "hombre de dios" le prometió que lo iba a pensar y que luego la visitaría en su parcela.

La pobre campesina regresó a su ranchito y al ver a su difunto esposo, resolvió ella misma enterrarlo allí mismo en su parcela a los pies del viejo ciprés de la colina. Tomó un azadón y una pala y se dedicó con lágrimas de coraje y tristeza a cavar el hueco de la fosa, al cabo de un buen rato y cuando ya estaba cogiendo profundidad la pala tropezó con algo metálico, limpio la tierra... era un pequeño y pesado arcón de madera repujado de cuero e incrustaciones, chapa y manijas de metal muy antiguo, con la ayuda de una cuerda logró izarlo, al abrirlo aparecieron ante su vista muchas 'morrocotas' o monedas muy antiguas de oro puro, ella se echó tres bendiciones y salió corriendo para el rancho.
El tesoro de Nicasia.

- ¡Joaquín, Joaquín, no se imaginas lo que pasó...! encontré un tesoro allá junto al ciprés... es un milagro, ¿no tuvo nada que ver con ésto, cierto viejo? La cara del muerto parecía sonreír.

Como pudo en una carretilla llevó el 'tesoro' al rancho y lo escondió debajo de la cama no sin antes tomar una moneda, con ella salió de nuevo al pueblo pero esta vez se dirigió al Banco Agrario y pidió hablar con el gerente, a éste le contó de la muerte de su Joaquín y que necesitaba que le diera algo por esa moneda de oro para sufragar los gastos del entierro. El sorprendido gerente miraba y remiraba la moneda por sus dos caras...

-Es una verdadera joya esta moneda, es muy antigua, del virreinato de cuando Tunja era su capital y Carlos V rey de España, bueno vamos a pesarla y le voy a dar el precio que vale la onza a día de hoy... pero dígame doña Nicasia, ¿de donde la ha sacado?
- Ha, eso sumerced fue un regalo de mi difunta abuelita (ignorante pero no tonta para decirle la verdad).

Salió del banco con suficiente dinero como para hacerle un funeral de primera, con cura, gerente y pastor incluidos, hasta el alcalde se coló en la fiesta de despedida para el viejo Joaquín y todo fue muy bonito hubo misa, y entierro en el cementerio, chicha y aguardiente y mucho 'cocido boyacence' y desde luego muchos cuentos, dudas y preguntas sobre el regalo de la abuelita, pero todo quedó así... preguntas sin respuestas.

Y todo volvió a la normalidad...

Solo el ladino y codicioso 'pastor' no se creyó el cuento que la vieja Nicasia había contado y se propuso saber la verdad, dejó pasar unos días y cualquier tarde se apareció en el rancho de la vieja con un gran talego de pan fresco como regalo y así la visitó todas las semanas, la estrategia era ganarse su confianza y dio fruto... una buena tarde Nicasia le ofreció  un guarapo para la sed...

-Se lo acepto pero si me acompaña, doña Nicasia.
- Bueno, si sumerced así lo quiere.

Y después se tomaron el otro y la conversación se tornó muy amena y personal, hablando del futuro del uno y del otro y se tomaron el tercer guarapo y el codicioso pastor la llevo muy sutilmente al tema de la moneda de oro y ella llena ya de licor y de confianza le contó que tenía muchas más, pero que eso sería un secreto entre los dos; entro a la casa y sacó una moneda que se la dio como ofrenda para ayuda de la iglesia. Sigilosamente el canalla la espió por la ventana y vio el cofre, la tarde caía y se despidieron.

Tenía que quedarse con el cofre sin despertar sospechas de nadie y desde luego sin la más mínima violencia sobre la vieja que sería muy fácil pero muy comprometedor pues solo a el le había contado y los vecinos ya habían notado las visitas, tendría que idear una estrategia limpia y la idea le llegó precisamente cuando regresaba al garaje de la iglesia y pasaba frente a una pequeña fábrica de curtiembres, entre muchas pieles en proceso y ya curtidas había una de cabra con la cabeza entera, cuernos y todo, no dudo en comprarla, y pasó por la zapatería donde le pidió a don Pedro que le prestara una aguja de esas de coser suelas e hilo grueso de cáñamo.

Encerrado en su iglesia, se puso a la tarea de coserse un abrigo con la piel del 'chivo' que le quedara ajustado y moldeó la cabeza para que le sentara como un casco, al amanecer lo tenía confeccionado y se lo midió... era perfecto para su idea. Esperó a que anocheciera y con linterna en mano salio llegando al rato al rancho de Nicasia, una vez allí empezó a dar golpes en la puerta y en la ventana gritando con voz ronca y fingida diciendo:

-¡Vieja ladrona, devuélveme mi oro...!

Nicasia se asomó a la ventana y vió claramente  a un hombre negro y cabeza y cuerpo de cabrío y una antorcha en la mano.

- Ay santo Dios, quien anda por ahí...
- ¡Soy yó, el diablo y usted se robo mis monedas...!
- Yo solo me las encontré - temblaba de terror.
- ¡O me lo devuelves o me llevo al viejo Joaquín al infierno y luego vengo por usted!
- Yo solo me las encontré señor diablo yo no me las robé - el terror casi no la dejaba hablar.
- ¡Mañana por la noche vengo por mi baúl y espero que me lo entregue!


Con el madero encendido, el codicioso canalla quemó algunas matas y lo estrelló contra la puerta alejándose, la aterrorizada mujer solo tuvo tiempo de asomarse a la ventana y ver las matas quemándosen, ya no había nadie...

Ese día fue eterno, paso por el cementerio, hablo con Joaquín y resolvió ir a donde el "pastor" al que le había tomado confianza, éste 'ni corto ni perezoso' le aconsejó que le devolviera las monedas, que con el diablo no se juega "guardese una moneda pero no más y cuando se valla con ellas, pídele al Señor que la proteja... ese dinero es maldito, ¡devuélvalo!"

Esa noche llegaba... la niebla se pegaba al otro lado del vidrio de la ventana y Nicasia ya tenía el cofre al pie de la puerta y el pícaro empezó con sus gritos...

- ¡Vieja ladrona, ya vengo por lo mio, dámelo o quemo todo el rancho!
- No señor diablo aquí tiene sus monedas, por favor no me haga daño.

En medio de la niebla y la oscuridad que le fueron propicias, el supuesto diablo se presentó ante la aterrorizada campesina con una tea ardiendo, recogió el cofre del tesoro y se alejo dando grandes carcajadas. Descargo el pesado cofre en la iglesia y lo contempló con ojos desorbitados... loco de codicia, lo cogía y lo olía... lloraba, lo abrio y besaba las monedas; después de largo transe, borracho de codicia lo guardó... debajo de la cama.

Despertó a la realidad, cuando trato de quitarse la piel y la cabeza de cabro, sencillamente no pudo se le había pegado a la piel de tal forma que al querer cortarlo se cortaba la piel y sangraba... desesperado chillaba como loco y rogaba al señor Jesús que lo ayudara, en medio del dolor, de la angustia y del miedo, solo se le ocurrió devolverle el tesoro a Nicasia a ver si así rompía ese maleficio; volvió al rancho y le pidió perdón llorando de dolor y desesperación, devolviéndole las monedas, pero ahora la piel le empezó a quemar y corrió como loco, aullando de dolor hacia el río, nada le calmaba entonces pensó en el hielo del nevado...

Nicasia cogió algunas pocas monedas y volvió a enterrar el tesoro en el hueco junto al ciprés tapándolo muy bien, abandonó el racho y el pueblo... nunca se supo más de ella.

Hoy en día hay quien dice en la comarca y "algunos lo han visto", que en noches de 'luna nueva' y en las nieves perpetuas del Nevado del Cocuy, se oyen alaridos de dolor como de un 'hombre-cabrío' que se lamenta y revuelca en la nieve.

¡Ha...!,Cosas del diablo y la codicia...


Del libro, Cuentos Boyacences... Hasta una próxima.

Hortensio.


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