martes, 23 de diciembre de 2014

Dos microrelatos de trenes.


"La ciudad te seguirá
vagarás por las mismas calles
y en los mismos barrios te harás viejo."

                                             (Cavafis)


La estación del tren,,, un vector del tiempo y el espacio.
Subí a aquel tren porque me sentía tan perdido que necesitaba que algo en mi vida tuviese un sentido claro. Por equipaje llevaba un hato de tristezas y una maleta de decepciones. Me senté en un rincón y me dejé mecer por el dulce traqueteo. Por curiosidad comencé a posar mi mirada en los viajeros. Entonces te vi hermosamente afligida, tiernamente apenada, Ocupe el asiento que había junto a ti y te sonreí. Dos paradas más tarde mi mano reposada sobre la tuya. Cuando nos bajamos al final del trayecto, olvide recoger el equipaje con el que me había subido.  
                                                                                                                        (J.Fornis)



El tren dio su último silbido como llamando en su lamento agudo a quienes estaban rezagados para subir, los que iban a emprender el viaje por 'la ruta del sol' ya estaban a bordo y la locomotora con un gran crujido empezó el arrastre de sus vagones... era un diciembre de 1.966 y mi destino, llegar a Santa Marta a conocer la Quinta de San Pedro Alejandrino, en donde 'El Libertador' Simón Bolívar, había dejado su último suspiro a Colombia un 17 de diciembre de 1.830, el camino era de verdad muy largo desde Bogotá, pero bien valía la pena esa expectativa grande de ir a conocer la 'Bahía más bella de América'.

Mis ocasionales acompañantes de trayecto era un señor ya maduro y sus dos hijas, el era sirio-libanes y había llegado a la costa norte de Colombia en un barco mercante, huyendo de la desintegración del imperio otomano en donde perdió a casi toda su familia, eso me contó durante el camino con ese acento 'turco' tan sonoro y especial con que se expresan los hijos del medio oriente.

Ella era Amira, la hija mayor de mi vecino de viaje y sus hermosos ojos color de aceituna del Mediterráneo no dejaban de mirarme durante el viaje y yo no podía dejar de mirarlos... me habían hechizado. Jamás llegué a Santa Marta, hoy veinte años después pude conocer el monumento a Bolívar, en compañía de Amira, mis dos hijos y mi anciano suegro que jamás dejo su acento sonoro y especial que tienen los hijos del medio oriente cuando hablan el español.

                                                                                                                                  (Hortensio Farwel

Un ferroviario abrazo.

Hortensio.




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