viernes, 7 de marzo de 2014

Mi prima... un cuento de Farwel.


MI PRIMA

                                                                          "Prendiste mi corazón en una de tus miradas..."
                                                                                (Cantar de los cantares, IV,c.4, v.9)

Se llama Dilsa y es mi prima hermana, sí hermana. Desde niña fue a vivir a nuestra casa pues sus padres murieron en un grave accidente y sus únicos parientes eramos nosotros es decir mis padres y yo -ambos mi prima y yo fuimos hijos únicos- y el tiempo pasó y nos hicimos adolescentes y fuimos felices como hermanos, luego les toco el turno de partir a mis padres, primero murió él de un cáncer linfático y al poco tiempo mi madre lo siguió; yo, tenía por esa época 23 años y me puse al frente del negocio familiar como heredero universal... Dilsa estaba por los 20 abriles y fue nuestra 'primera juventud'.

Cómo describirla, si jamás en los años que he vivido había visto reunidos en una persona y de forma más categórica esa inefable belleza, de esbelta hermosura cautivadora e indefinible en ese concepto que nosotros los hombres hemos llamado feminidad como está rebosada en Dilsa, con tanta certeza y no se el porqué lo digo, pero me afirmo en que si alguna vez ha existido la palabra 'feminidad' para referirse a una mujer ésta se desborda en Dilsa (nunca supimos el porqué de su nombre), ella se formó para sí, una extraordinaria personalidad perfectamente definida dentro de la inexplicable psicología femenina aún después de que dejó su adolescencia, como una forma específica de su ser que tenía como una transparente definición de lo que es una verdadera mujer y sin temor a la hipérbole, Dilsa fue siempre responsable y comprensible aún en sus extravagancias personales y muy particulares, la vida siempre ha ido a su encuentro fácil y trivial, siempre sensual a la hermosa muchacha que es.

Ella es la 'primera dama de la casa' y todo bajo su dirección marcha como un reloj de fina maquinaria suiza en donde todo ese engranaje estaba bajo su control en aquella gigante estancia que fue la mansión que mi padre le regaló a mamá y yo, desde luego me despreocupe por completo del funcionamiento de la misma y me acostumbre a esa deliciosa cotidianidad... cuando dejaba la fábrica no tenía la menor intensión de no emprender el regreso al hogar y Ella salía a recibirme y después de un beso en la mejilla me cogía del brazo y entrabamos a la biblioteca mi lugar preferido de la casa, entonces ella intuía cómo estaba de 'genio' cuando me preparaba un whisky como aperitivo y esperaba la cena que ella había dirigido con inusitado esmero y me preguntaba con voz meliflua y casi apagada como indulgente, cómo estaba de apetito mirándome a los ojos sin parpadear como buscando una respuesta muda en el fondo de mis pupilas... de verdad era una rutina deliciosa.

Respetaba mis silencios o los ¿interpretaba? cuando estaba abstraído en meditaciones incoloras Dilsa se quedaba mirándome como absorta tal vez comprendiéndo todo o lo que sentía y pasaba por mi mente, siempre estaba silenciosa como si temiese cortar el hilo de mis meditaciones con algún ruido imprudente, de una originalidad impresionante esperaba paciente y pendiente de que saliera de los mismos cuando iniciaba una agradable conversación que siempre se convertía en una deliciosa tertulia de dos; no tengo recuerdos que en donde Ella no esté presente pues ha llenado todos los sitios de mi existencia, sus consejos siempre fueron acertados cuando los ponía en práctica y nuestras noches casi siempre fueron de alegría y disfrutábamos al máximo todo lo que hacíamos... ¡que bella ingenuidad! hermanos al fín.

Una foto antigua de su mirada
Pero lo que más adoro de mi prima son esos divinos y hermosísimos ojos verdes claros cuando se posan en mí, grandes, sombríos e insondables, que sonreían y a la vez hablan por si solos, donde todo lo penetra y lo anega, asomados bajo el arco elegante de sus negras cejas melancólicas, son las delicias de mi vida en esas noches grises de pesimismo en que dudaba de todo, Ella y su mirada verde me acompañan y sus pupilas me acarician con tristeza. Alguna ocasión se me acercó, comprendiendo que en ese momento yo necesitaba ternura. Ternura... jamás he visto tanta como en sus ojos y en su voluptuosa suavidad. Me comprende con solo mirarme.

Sí, era muy suave en todos sus ademanes y movimientos, dulce diría yo y en todos esos actos le imprimía esa silenciosa suavidad; sus pasos por la vieja mansión eran mudos, ni un ruido leve delataba su presencia, miraba a todos con sus fantásticos ojos acariciadores y a todos parecía someterlos, era como una ironía hecha de superioridad, sus mimos y sus quejas eran suaves. Huía del escándalo por odioso; pero porqué no decirlo, Dilsa era egoísta en exceso, buscaba sitios y lugares donde encontraba la comodidad y la exhibición... porque sabía de su belleza y quería mostrarla, no en balde la cuidaba tanto: conservaba cuidadosamente su blancura inmaculada y en alguna ocasión la encontré mirándose semi-denuda poniéndose un pendiente en su orejita de porcelana rosada, en el espejo de luna de mi cuarto que es el más grande de la casa, ¡que visión más bella...! pálida como noche de luna, se lo regalé mostrándome una gratitud de 'perro recogido'.

Nos queríamos como hermanos... una noche fuimos a una fiesta de carácter ineludible y coqueta  Ella miraba a los hombres en especial a un joven que parecía un Adonis rubio, no lo niego sentí unos tremendos celos como de Otelo, cuando al bailar éste la apretaba y ella se dejaba con una sonrisa de placer y ¿Dónde quedaba la confianza tan grande que nos teníamos? es mi prima y no podía sentir ni permitirme tales sentimientos; pero que hacer si los sentía... sentía una oleada de celos sin explicármelos y me sentía como un pobre amante que comparte humildemente su amor o como un idiota marido complaciente. Fingí un malestar imprevisto y logré sacarla a regañadientes de ese 'infierno'; al llegar a casa trató de atender mi malestar "inventado" y la empujé no sin fuerza contra un sofá a donde fue a dar y quedó sentada, incrédula y petrificada, no entendía mi actitud o ¿sí...? me miró con esos ojasos anegados de llanto y odio, echaba chispas como preguntándose del porqué de esa crueldad y salió de la sala corriendo; nunca la había maltratado ni siquiera de palabra... yo mismo me desconocí, fui un patán que no pudo reprimir ese desgraciado y espurio sentimiento de los celos y la traté como Otelo a Desdémona... imperdonable, de verdad imperdonable, esa noche creo que consumí todo el whisky que había en la casa y allí mismo amanecí en la biblioteca, intoxicado de alcohol y de culpa.

Ese día no pude trabajar bien, al llegar la noche me encamine a la casa y nadie salió a recibirme y recordé la absurda escena del día anterior, entre en la biblioteca como de costumbre y en la penumbra sentí su olor y su presencia, me pareció que sus ojos brillaban fosforescentes, tristes pero cariñosos; me acerqué lentamente y me senté a su lado le tome sus manos y delicadamente la atraje hacia mi sin oposición, acercó su cabecita y la recostó contra la mía... yo empecé a susurrar un 'perdoname, perdóname' me abrazó con fuerza... me había perdonado. Le bese la frente en una oleada de frenesí como en un delirio contenido y así abrazados permanecimos por unos bellos y eternos minutos, me preguntó si quería comer algo le conteste que no, entonces en silencio y cogidos de la mano nos encaminamos por la escalera principal al segundo piso y bajo el dintel de la puerta de mi recámara la volví a abrazar y dándole un beso en la mejilla le dije un ¡hasta mañana...! Muchos días después le confesé mi actitud y mis celos "infundados", miedos e inseguridades y de nuevo su compresión como de satisfacción no disimulada, me desoló haciéndome sentir de nuevo como un infame. Todo volvió a la normalidad hasta que unos meses después...

Un día, por un problema de la fábrica de carácter imprevisto, tuve que hacer un viaje repentino al exterior, que esperaba fuera corto; ella lo comprendía y me llevó al aeropuerto, la abracé y besé (nunca en muchos años nos habíamos separado) le prometí que mi ausencia sería fugaz - una semana a lo sumo- y pronto regresaría a Ella; su mirada verde me tranquilizó... pero aquel que era tan solo un viaje de negocios resultó trascendental en mi vida ¡"me enamoré"!

Cristina, mi prometida.
Se llamaba Cristina, quien era una mujer alegre, inteligente y de una belleza excepcional, una caricia para los ojos; poco a poco fui postergando la fecha del regreso engañándome a mi mismo con la disculpa del 'negocio' que aún no estaba terminado y que su conclusión me requería allí. Pero yo sabía que en el fondo la verdadera causa de mi tardanza en esa ciudad se llamaba Cristina que me hacía difícil el regreso... me fascinaba y disfrutaba con su compañía, sus hermosos ojos negros en el que se perdía su pupila eran fascinantes y su madurez de ejecutiva empresarial, me volvía las horas interminables, y su cuerpo perfecto hacían mi dicha, fue un noviazgo al que la pasión hizo tomar el ritmo alucinante del vértigo, al mes de conocerla me comprometí en matrimonio y no sin temor fundado tuve la entereza de llamar a mi querida prima Dilsa, para contarle mi nueva buena y pretender su beneplácito y comprensión... con voz apagada y lejana me dio un ¡te felicito! y me colgó. Cristina insistió en fijar una fecha cercana y de acompañarme a la Capital para conocer mi mundo y desde luego a mi prima, quien era mi única familia y así emprendí el regreso a mi vieja mansión acompañado de mi prometida.

Llegando a casa, un mal presentimiento y una angustia rayana en el pánico se iban apoderando de todo mi ser, no sabía el porqué, Cristina se dio cuenta y trato de entender mi estado y calmarme, fue inútil y me prendí del timbre de la casa, cuando salieron los empleados domésticos... sus caras me lo dijeron todo, Dilsa había desaparecido días después que la llamé para anunciarle mi matrimonio; ¿cómo imaginar su reacción y como la mía? corrí hasta la biblioteca gritando su nombre, como un loco subí a su cuarto y todo allí estaba intacto, no se había llevado nada, fue tanta mi desesperación que salí a la calle a buscarla gritando su nombre intermitentemente a gritos, a voces, a murmullos... me senté en el sardinel y como un niño impotente me puse a llorar.

Cristina llegó a mi lado, no la sentí me paso su brazo sobre mi espalda y trato de consolarme, yo no reaccionaba con mis manos me tapaba la cara para que no vieran mi desesperación, entonces apareció Mariela, el ama de llaves y me lo contó todo. Había salido la semana pasada inesperadamente sin llevarse el auto, se fue a pie sin decirnos nada; desde su última llamada ya casi no volvió a hablar y dormía en la cama del señor, de día la veíamos pasearse por la casa sin darnos la más mínima orden, solo muy de vez en cuando me hablaba a mi y no la entendía, me repetía: lo he perdido, lo he perdido y se ponía a llorar en la biblioteca sentada en el sillón del señor, así pasaba los días; todos pensábamos que se iba a enfermar si no probaba bocado, y nosotros no sabíamos qué hacer, una mañana que no se levantaba la encontré como desmayada y llamé al doctor Ramirez que vino de inmediato y la reanimó, la encontró muy mal y la obligo a tomarse un caldo de carne cargado y nos dio instrucciones para que no la perdiéramos de vista hasta la llegado del señor... esa mañana hace más de una semana salió sigilosamente y se nos perdió, avisamos a la policía y ya la están buscando, pero todo ha sido inútil; no demoran en llegar y traer noticias.

Busqué los ojos negros de Cristina en busca de compasión más que de comprensión y pronuncié por fin mi declaración de amor que por muchos años la había reprimido: ¡no sabía que la amaba tanto... perdóname!; ella si lo comprendió tomó un taxi y con mucha altura desapareció de mi vida.

Una mañana me la trajo una patrulla de la policía, la habían encontrado vagando por unas calles desoladas, como buscando algo y perdida en sus pensamientos, sus hermosos ojos desarraigados e inestables, me miraron errabundos; era casi un esqueleto... sucia, su pelo tan bello, sedoso y brillante estaba sucio de hollín y barro, sus labios resecos y su cara demacrada, Mariela mujer de edad provecta que ya formaba parte de la familia, la llevó a su cuarto y la bañó... pedimos una ambulancia y nos trasladamos a una clínica privada, lo demás era cuestión de tiempo.

En el ahora, mi prima y yo, somos absolutamente 'felices' si es que esa palabra existe, ya tengo 70 y ella un poco menos y estamos en París caminando por los Campos Elíseos, cogidos de la mano... nuestro hijo mayor está al frente de los negocios familiares y mis nietos son la dicha de nuestro ocaso.

Fin

    

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