Pronto te olvidarás de todo,
pronto serás olvidado.
Marco Aurelio.
El olvido llega al corazón
como a los ojos el sueño.
Alfredo de Musset.
La espléndida capacidad de olvido que alienta en el alma humana, defiende a la vida del indecible suplicio del recuerdo. En la base de la teoría filosófica que asigna a la memorización de los muertos, al culto de las tumbas, una noción de estímulo moral, va implícita una arbitrariedad de concepto: la que de el dolor se renueva con el recuerdo y solamente gracias al dolor puede subsistir el afecto por lo perdido. El recuerdo no desata el dolor sino eventual y limitadamente en el tiempo. La pena se extingue, se liquida mucho antes de que desaparezca el recuerdo.
Un día cualquiera nos damos cuenta de que podemos pensar en los muertos amados sin mezclar a ese pensamiento un átomo de dolor; podemos pensar en ellos con alegría; podemos recordarlos con júbilo, podemos, inclusive acordarnos de que nuestro corazón los adoró y que nuestros ojos los lloraron al ser inmovilizados por la muerte en el lecho igualitario de la tierra; pero sin que de nuevo, como en su día y en su tiempo, ese recuerdo haga desbordar de los causes recónditos del alma las aguas salobres de la amargura.
Una de las leyes sustanciales de la vida es la del olvido, y ella consiste en que una pena que juzgamos insoportable e infinita, se cambie, al golpe de los años, en soportable y finita, en que un amor que juzgamos eterno y cuya pérdida creíamos iba a causar el desastre de nuestra vida, parezca, y al parecer deje intacta la posibilidad de una dichosa existencia; en el que el odio y la envidia y la ambición de riqueza, de poder, de gloria, de dominio, que pudieron conturbarnos y poseernos satánicamente, se transforme en indiferencia, en magnanimidad, en suave templanza del espíritu y de la carne.
La inexorable ley del olvido... |
Por virtud de la inexorable ley del olvido, podemos preguntarnos algún día con el mismo acento de melancólica inconformidad que resuena en las estrofas de Jorge Manrique: ¿Qué fue de esa devastadora ambición que no pudo, a la postre, dominar mi vida? ¿Qué fue de tanto dolor, de tanto amor, de tanta inquietud y desazón con los cuales se llenaron mis horas? ¿Qué se hicieron? ¿Qué queda de ellos?
Desde luego, el olvido no progresa sino sobre el territorio del pasado. Es una función de la conciencia que actúa sobre el pretérito de la vida. En el bello poema de Tennyson, el poeta exclama: "¡Oh la muerte en la vida, oh los días que fueron!". La muerte en la vida: eh ahí la más exacta definición de lo que es olvido. Vamos desfalleciendo en cada vuelta del camino, vamos naufragando en cada hora que pasa, no exactamente porque la energía vital nos abandone, sino porque en el interior, el olvido progresa, extiende su dominio, nos va tomando insensibles a todos los estímulos antiguos y lejanos.
¿Pero sería soportable la vida sin la complicidad del olvido? Acaso la mejor garantía contra el dolor se halla en la milagrosa condición de la criatura humana para olvidar. La experiencia de los hombres no se funda en el dolor, y así lo demuestra la historia personal de las gentes y la historia general de las sociedades. Si en el dolor se fundara, el mundo acaso habría conseguido extirpar de su seno ese mismo dolor o cuando menos, aminorar su trágico peso. La experiencia humana se apoya especialmente sobre el placer, porque el placer no extingue su huella en la conciencia, en el recuerdo, con la espléndida facilidad del dolor.
La necesaria complicidad del olvido para poder vivir... |
Las penas son como un frágil vilano que el soplo de los años dispersa; el sentimiento de la alegría y de la dicha, aún después de que las alegrías y las dichas han pasado, puede renacer, restaurarse en una transitoria evocación. El dolor es poco lo que enseña.
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Nos vemos en el epílogo de esta hermosa Bagatela...
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