En este mes de noviembre y ya al cumplirse 30 años de
la más grande tragedia que sufrió Colombia en toda su historia con más, mucho
más de 25.000 muertos y la desaparición total de la bella y próspera ciudad de
Armero en el departamento del Tolima, por una avalancha provocada por el volcán
nevado del Ruiz, el recuerdo está vivo.
Siempre
viene a mi memoria, viva y actual, como si hubiese sido ayer, la presencia del
increíble símbolo de la tragedia en que se convirtió la trágica muerte de Omaira, la niña que no
pudo ser rescatada de la anegada ciudad. Conmovido, como muchos colombianos y
gentes del mundo que la vieron en televisión en directo, escribí un opúsculo
con el corazón en la mano, transido de amor y rabia, lo intitulé…
El amanecer de Omaira
En
el mes verde más verde del año, esa noche el volcán nevado majestuoso y cruel,
vomitó sus intestinos y todo lo que tenía adentro evacuando solo sangre, barro
y dolor; ¿Qué pasó…? Noche de horror y muerte, tierra humeante aún que trata en
este despuntar del día de confundirse con el rocío; ojos que se cierran en
gestos de horror al ver la ciudad borrada en el alba de un amanecer inundado de
final que sólo será nombrada con lástima y compasión ¡Armero!
Con
una muy queda vocecilla te preguntabas ¿qué pasó? Es todo lo que atina a decir
antes de restregarse los párpados y mirar hacia el viento tratando de adivinar
si es que está en un sueño de pesadilla y mi querida Omaira, respira gemidos
con alma de mártir golpeada en su diminuto cuerpo que no puede mover.
Un
pozo anegado de fétidas aguas es todo lo que queda de su hogar y sus
inquietantes ojos parecen quietos como si fuesen reflejos de una triste noche
azul, pero en pleno amanecer… de nuevo se pregunta ¿Dónde estoy…? ¡Qué pasó!
¿Qué es todo esto…? Pero no hay respuesta; ve pasar la brisa que parece todavía
un sueño de paz y escucha gemidos lejanos que no comprende y en su soledad,
llena de miedo y de angustia, la niña da un grito de ansiedad, de zozobra y
agonía que se escapa hacia las nubes que se insinúan bellas y aborregadas en el
rosado amanecer, pero nadie escucha; la vida enmarcada en su frágil cuerpecillo
torna a la semi- penumbra y a la duermevela de sus desesperados pensamientos ya
que su grito solo fue un canto de esperanzas truncas, una voz de horizontes sin
eco, arroyo sin manantial que desemboca en el río de la muerte…
Pero
qué va a saber Omaira de muerte, si su vida era de entera “felicidad”; Armero y
su familia lo eran todo para vivir con su adorable ingenuidad de niña noble. Y
los minutos pasaban formando horas de terror en donde no podía mover sus
piernas ¡estaba atrapada…! Y el dolor se estaba durmiendo, sus delicadas
manitas se aferraban con desesperación a un frágil tronco tan pequeño como ella,
pero era su salvavidas, el contacto con la vida y en espera de escuchar el
nacimiento del amanecer sobre aquella tierra muerta que alguna vez fuera una
bella ciudad fértil, umbría y feraz.
Vuelve
a cerrar sus lindos ojos impertérritos, que no quieren mirar las paredes tibias
del pestilente foso aunque siempre fueron ojos hechos para buscar sin encontrar
y encontrar sin haber buscado; un par de ojazos negros en donde se perdía la
pupila, bellos y brillantes, repletos de vida y reflejando amor, impávidos,
hechos para hechizar pero que en aquella situación de total angustia estaban
preocupados y sinceramente conmovidos… los abrió y volvieron a fabular, a
pintar en el espacio, lo que imaginaba en la incertidumbre de una tragedia que
no llegaba, tan siquiera, a dimensionar. Su pequeño y querido mundo se derrumbó
ante su mirada desconcertada; la luz por vía de las tinieblas venidas de una
noche cruel y absurda, presagiaba que se dirigía hacia una noche de calma y de
paz.
Colombia
y yo al recordarla lo hacemos con el llanto en la memoria, como buscando otros
sueños con el rumor del pasado… ¡Omaira!
Y
en su pequeña ergástula su cara se volvió mundo y el mundo se volvió cara,
¡aquí es, aquí es… por aquí! Y respira en voz baja que sale tan rápida como los
latidos de su corazón reflejados en la bella mirada de sus ojos ya cansados,
pero la esperanza resurgió… un ángel vestido de naranja intenso apareció en la
boca del pozo y ya es media mañana de ese incierto amanecer que le pareció
eterno.
El
ángel solo atinó desconcertado ante la tragedia a decir -¡Cómo te llamas!
Omaira, pero por favor sáqueme de aquí. Su carita fantasmal por la magia del
vil barro casi no se distinguía, se iluminó solo sus ojos anegados con lágrimas
de alegría pudo mirar al ángel.
Y
el tiempo quedó atrapado en un bucle azabache del pelo de Ella, y esa figura
humana vestida de naranja intenso, le tendió una botella de agua pura con sabor
a llanto para que remojara sus labios, luego le limpio de su rostro el pegajoso
barro que se adhería infamemente a su piel descubriendo en Ella una tenue y
bella sonrisa que se borró con una mueca de dolor al tratar de izarla de sus
dos bracitos… descubrieron la aterradora realidad, tenía sus piernas atrapadas
por los escombros de su propia casa que estaba sepultada bajo sus pies y lo peor…
el fétido barro acuoso estaba subiendo hacia su cara y se quedaba sin tiempo,
los minutos era fugaces y vertiginosos, y en ellos había que trabajar sin
descanso en esa atmósfera enrarecida de angustia y dolor… todo intento
resultaba inútil en medio de la más absoluta desolación.
Dolor
profundo que produce la tristeza de la impotencia, ¿cómo medirla, si el tamaño
de la herida era tan grande como el nefando nevado? Dolor único e incomparable
de una agonía lenta y desesperante a límites de volver locos a los que vivieron
las escenas del fallido rescate; sufrimiento y congoja, amargura y cólera ante
la puta impotencia, dolor insondable que es tan grande que se puede tocar y
Ella se desvanecía y eso le dolía a Colombia como daga acerada entrando en
nuestras propias carnes, en nuestras propias almas.
¿Dónde
se había escondido ‘La Piedad’…? ¿Cómo permitió esa trampa oscura que la
arrastraba al abismo…? Yo sí que lo sé y, no quiero herir susceptibilidades espurias.
Y Ella le habló al mundo y a su mamá con fatiga, pero con una fatiga diferente,
de plácida renuncia y el mundo lloró con Ella al presentirse el final. Su rostro
tomo una expresión tranquila conservando tan solo un matiz de altivez y dolor
que inspiraba paz… el alivio no vino y Ella quedó quieta, más allá del tiempo,
en la fuerza que da el último instante de abandono… una bruma de dolor nos
envolvió, te habías ido, pero te quedaste inmarcesible e inmortalmente con
nosotros, mi adorada Omaira, nada más que decir.
Visitaré
tu tumba en cada lustro de tu aniversario, tu recuerdo despuntará una y otra
vez la niebla en que nos envolviste y ante la serenidad de tu bello rostro, en
el que la infame agonía no pudo dejar sus huellas… podríamos decir que te
moriste de belleza.
Hortensio
Farwel, 1.990
En
el primer lustro de tu partida.
Que homenaje tan hermoso Hortensio que sensibilidad demuestras, es un recuerdo para todos los colombianos que sensiblemente siguieron paso a paso la tragedia e Omaira.
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