domingo, 27 de octubre de 2013

El Manifiesto de la Lujuria


En ese 'Manifiesto' de 1.913 a cien años de su publicación, la Lujuria sigue siendo "la búsqueda carnal de lo Desconocido", eso decía una extraordinaria y controvertida Mujer adelantada a su tiempo... la polifacética francesa nacida en Lyon, Anna Jeanne Valentine Mariane de Glans de Cessiat (1875-1953) y cuyo seudónimo de combate fuera el de Valentin de Saint-Point, y porqué no decirlo, lujuriosa como ninguna (viuda a los 24 años se caso varias veces y amante inconfesa de muchos intelectuales de su época), incursionó en casi todos los campos de la cultura pues fue escritora, dramaturga, pintora, poeta, periodista, militante política, crítica de arte, amaba la danza y fue coreógrafa y era fruto de su Belle Époque (que va de la última década del siglo XIX al estallido de la 'Gran Guerra de 1914').

Valentina de Saint- Point (1875- 1953)


Cansada de la galopante 'Misoginia' desatada por la 'sociedad correcta' de su tiempo, ésta "loca" tan bella, que quien sabe el porqué se convirtió al Islam, presumo que ´por llevar la contraria', respondió con el ya famoso "Manifiesto futurista de la Lujuria" a sus siempre desconcertados 'amigos' de época; comienza con esta idea fundamental, 'La lujuria, entendida fuera de todo concepto moral y como elemento esencial de dinamismo de la vida, es una fuerza'... repetía hasta el cansancio que la lujuria era esencial al hombre, como respirar y definitivamente era ¡una fuerza! que jamás debería ser reprimida; personalmente me gustó y me lo imagino en el contexto de esa época, debió ser un escándalo venido de una mujer... "Es preciso hacer de la lujuria una obra de arte".



El manifiesto


Respuesta a los periodistas deshonestos que mutilan las
 frases para ridiculizar la idea; a las mujeres que piensan lo
yo me he atrevido a decir; a aquellas para las que la
Lujuria sigue siendo solamente un pecado; a todos los que en
la Lujuria llegan sólo al Vicio; y en el Orgullo, sólo a la Vanidad.


La lujuria, entendida fuera de todo concepto moral y como elemento esencial de dinamismo de la vida, es una fuerza.

Para una estirpe fuerte, la lujuria, al igual que el orgullo, no es un pecado capital. Al igual que el orgullo, la lujuria es una virtud estimulante, un fuego del que se nutren las energías

La lujuria es la expresión de un ser proyectado más allá de sí mismo; es el gozo doloroso de una carne que ha llegado al culmen, el dolor gozoso de una exuberancia; es la unión carnal, más allá de los secretos que unifican a los seres; es la síntesis sensorial y sensual de un ser que quiere hacer más libre su espíritu; es una partícula de humanidad que entra en comunicación con toda la sensualidad de la Tierra; es el estremecimiento imprevisto de un fragmento de la Tierra.

La lujuria es la búsqueda carnal de lo desconocido; es el gesto de crear, y es la creación. La carne crea, como crea el espíritu. Ante el Universo, su creación es igual. Una no es superior a la otra. Y la creación espiritual depende de la creación carnal.

Nosotros tenemos un cuerpo y un espíritu. Reprimir una para expandir el otro es prueba de debilidad, y un error. Un ser fuerte debe realizar todas las posibilidades carnales y espirituales. La lujuria es un tributo a los conquistadores. Tras una batalla en la que han muerto hombres, es normal que los victoriosos, seleccionados por la guerra, se vean impelidos, en la tierra conquistada, hasta el estupro para recrear la vida.

Después de las batallas, los soldados aman la voluptuosidad, en la que se relajan, para renovarse, las energías en continuo asalto. El héroe moderno, no importa en qué campo actúe, siente el mismo deseo y el mismo placer. El artista, gran médium universal, tiene la misma necesidad. Incluso la exaltación de los espíritus iluminados de religiones nuevas, que sienten todavía la tentación de lo desconocido, no es sino una sensualidad espiritualmente desviada hacia una sagrada imagen femenina.

El arte y la guerra son las grandes manifestaciones de la sensualidad; de ella florece la lujuria. Un pueblo exclusivamente espiritual y un pueblo exclusivamente lujurioso caerían igualmente en la esterilidad.

La lujuria estimula las energías y desencadena las fuerzas. Ella empuja implacablemente a los hombres primitivos a la victoria, por el orgullo de llevar a la mujer los trofeos de los vencidos. Ella empuja hoy a los grandes hombres de negocios que gobiernan la banca, la prensa y los tráficos internacionales a multiplicar al oro, creando núcleos, utilizando energía, exaltando a las multitudes para adornar, enriquecer y magnificar el objeto de su lujuria.

Estos hombres, sobrecargados de oblaciones pero fuertes, encuentran tiempo para la lujuria, motor principal de sus acciones y de las consiguientes reacciones que repercuten sobre una pluralidad de gentes y mundos.

También en los pueblos nuevos, cuya lujuria todavía no se ha liberado ni se ha declarado abiertamente, que no poseen la brutalidad primitiva ni el refinamiento de las civilizaciones antiguas, la mujer es la gran promotora, a la que todo se ofrece. El culto discreto que el hombre le tributa no es más que el impulso aún inconsciente de una lujuria adormecida. En estos pueblos, como también, por diferentes motivos, en los pueblos nórdicos, la lujuria es casi exclusivamente procreadora. Pero se definan como se definan, normales o anormales, los aspectos bajo los que se manifiesta, la lujuria es siempre la suprema incitadora.

La vida brutal, la vida enérgica, la vida espiritual, llega un momento en que exigen una tregua. El esfuerzo por el esfuerzo acaba derivando en el esfuerzo del placer. Lejos de hacerse daño mutuamente, realizan plenamente un ser completo.

Para los héroes, para los creadores espirituales, para los dominadores de cualquier campo, la lujuria es la exaltación magnífica de su fuerza: para todo ser, es una motivación a superarse, con el simple intento de emerger, de ser notado, de ser escogido, de ser elegido.

Sólo la moral cristiana, tomando el lugar de la pagana, fue desventuradamente inducida a considerar la lujuria como una debilidad. De éste gozo sano que es la exuberancia de una carne potente ella ha hecho una vergüenza que hay que esconder, un vicio del que hay que renegar. La ha cubierto de hipocresía; y de ese modo la ha convertido en pecado.

Dejemos de burlarnos del deseo, ésta atracción, sutil y brutal al mismo tiempo, de dos carnes, no importa el sexo que sean, de dos carnes que se desean, que tienden a ser una sola. Dejemos de burlarnos del deseo disfrazándolo bajo los lamentables y piadosos despojos de la vieja y estéril sentimentalidad. No es la lujuria la que desagrega, disuelve y aniquila, sino las hipnotizantes complicaciones del sentimentalismo, los celos artificiosos, las palabras que embriaguen y engañan, el patetismo de las separaciones y de las fidelidades eternas, las nostalgias literarias; todo el histrionismo del amor.

¡Destruyamos las siniestras baratijas románticas, las margaritas deshojadas, los dúos bajo la luna, los falsos pudores hipócritas! Que los seres aproximados por una atracción física, en lugar de hablar exclusivamente de sus frágiles corazones, que desean expresar sus deseos, las preferencias de sus cuerpos, pregustando las posibilidades  de gozo o de ilusión de su futura unión carnal.

El pudor físico, por su naturaleza variable según los tiempos y los países, tienen solo el efímero valor de una virtud social.

Es preciso ser conscientes ante la lujuria. Es preciso hacer de la lujuria lo que un ser hace de sí mismo y de su propia vida. Es preciso hacer de la lujuria una obra de arte. Fingir inconsciencia o desfallecimiento para explicar un gesto de amor es hipocresía, debilidad o estupidez. Es preciso desear concientemente una carne, como se desea cualquier otra cosa.

En lugar de darse y tomarse (por flechazo, delirio o inconsciencia) como seres multiplicados por las inevitables desilusiones del imprevisible mañana, es necesario escoger sobriamente. Es necesario, guiados por la intuición y la voluntad, valorar las sensibilidades y las sensualidades, emparejando y culminando solo aquellas que puedan completarse y exaltarse. Con la misma conciencia y la misma voluntad directora, es necesario llevar el gozo de éste emparejamiento a su paroxismo, desarrollar todas las posibilidades y hacer florecer plenamente el germen de las carnes unidas. Es necesario transformar la lujuria en una obra de arte, hecha, como toda obra de arte, de instinto y de consciencia.

Es preciso despojar a la lujuria de todas las veladuras sentimentales que la deforman. Solo por la vileza e le ha cubierto con todos estos velos, puesto que la sentimentalidad estática colma: en ella reposamos y nos envilecemos.

En un ser sano y joven, siempre la lujuria se contrapone a la sentimentalidad, es la lujuria la que prevalece. Las convenciones sentimentales siguen las modas, la lujuria es peremne. La lujuria triunfa porque e la exaltación gozosa que empuja al individuo más allá de sí mismo, es el gozo de la posesión y el dominio, la victoria perpetua de la que renace la perpetua batalla, el deseo de la conquista más embriagadora y más cierta. Y ésta conquista cierta y temporal vuelve a empezar sin pausa.       

La lujuria es una fuerza porque afina el espíritu purificando con el fuego las turbulencias de la carne. De una carne sana y fuerte, purificada por las caricias, el espíritu mana lúcido y claro. Solo los débiles y los enfermos se engatusan y envilecen con ella.

La lujuria es una fuerza, porque mata a los débiles y exalta a los fuertes, favoreciendo la selección.

La lujuria es una fuerza, por último, porque no conduce nunca a la miseria de las cosas seguras y definitivas, prodiga por la tranquilizante sentimentalidad. La lujuria  es una perpetua batalla nunca del todo ganada. Tras el triunfo pasajero, en el mismo efímero triunfo, aparece la renacida insatisfacción que, en una voluntad orgiástica, empuja al ser a abrirse, a superarse.

La lujuria es para el cuerpo lo que el ideal es para el espíritu: magnifica quimera, eternamente abrazada y nunca capturada, la que los seres jóvenes y ávidos, de ella embriagados, persiguen sin tregua.

La lujuria es una fuerza.

Valentine de Saint-Point.
Manifiesto futurista de la lujuria.
París, 11 de enero de 1913.  


Un sensualizado abrazo.

Hortensio.




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