domingo, 19 de mayo de 2013

¡Juzgar...! deporte de todos.


         Y, es nuestra ancestral costumbre y un deporte de talla mundial, por no decir universal, el juzgar... nos gusta juzgar y seriamente, entre más viejos más nos preparamos para poder juzgar con criterios y análisis reflexivos; nos convertimos en 'toda una autoridad' para juzgar.

El dedo con el que se sindica..

        Y, juzgamos la diferencia con mayor rigurosidad que de lo normal, ya que la 'odiosa' comparación lleva consigo el juicio y entonces nos convertimos en jueces y como es obvio, tenemos que emitir juicios y sentencias, algunas de ellas lánguidas, otras llenas de desprecios disimulados y algunas muy rígidas hasta la crueldad y pasando por todas las gamas y colores de los juicios humanos, con o sin objetividad y sin prejuicios o con ellos.

        Y , juzgamos porque no podemos alzarnos sobre el enfado mezquino y miserable de ver que otros tienen lo que uno no tuvo y lo peor, juzgamos sin tener pruebas y si las hay no las ponderamos, nos atenemos a la superficialidad de los hechos... fricción, orgullo, celo, envidia, comparación odiosa, arrogancia y vanidad, desde luego juicio y sentencia; todo eso revuelto da como resultado la separación y el distanciamiento de las mentalidades que erigen un serio obstáculo de la vida en común.

          Y, en todos nuestros actos y desde luego en los de los demás, siempre habrá un 'juicio implícito' del tamaño que lo quieran ver... compasión o resentimiento, agradecimientos o ingratitudes todo eso y mucho más nutre el resultado de juzgar a los demás desde su punto de vista; ¡hay que ajustar, siempre, el punto de mira!

Jesús y la mujer adulterada
          Y, sabemos que en el diario ejercicio de la subsistencia, el juzgar se hace casi inevitable  y el juicio destruye toda relación. Jesús, el futuro juzgado y asesinado 'chivo expiatorio' insistía sin cuartel: "No juzguéis" (Mt. 7,1) y nunca uso esa prerrogativa de juzgador (Ju.8,15) y lo decía tajantemente: "¿Quien eres tu para juzgar a tu prójimo?" (Santiago 4,11).

          Y, es la psicología moderna la que se pone de acuerdo con las enseñanzas cristianas y ve en la aceptación mutua un elemento fundamental de toda relación sana y fecunda entre personas y grupos. ¡No juzgues! es la regla básica de las relaciones humanas, y es precepto inevitable de salud mental y sin embargo, ¡que difícil es! Un gran hombre decía al respecto: "Puede que consiga refrenarme y no expresar hacia afuera mi juicio, pero ¿cómo puedo en manera alguna evitar que mis ojos no vean lo que es obvio y que mi mente declare espontáneamente que semejante conducta no está mal?"...

          Y, qué difícil es ésta 'paradoja', un primer remedio es abstenerse de usar la palabra 'MAL' incluso mentalmente al pensar en la conducta del otro. Bien y mal, justo y falso, son expresiones válidas y legítimas, pero están teñidas del juicio moral de bondad y maldad, que indica virtud y vicio, mérito y pecado y lleva finalmente al premio o el castigo, el cielo o el infierno, a la cárcel o a la añorada calle.

           Y, ¿Qué puedo hacer? sencillamente expresar su aprobación o rechazo a esa conducta en concreto sin emitir un juicio moral; los cristianos dicen que ese juicio se lo reserva Dios. Incluso los tribunales de justicia imponen moderación en la materia de referirse al sindicado y sus acciones como 'presunto' autor de tal o cual conducta o delito, antes del que el juez pronuncie la sentencia, para no prejuzgar el caso.

          Y, es lo más sano ejercer con moderación estos pensamientos y vocabularios ya que es cierto que las palabras tienen un gran poder de convicción en sí mismas y evitar en nuestras conversaciones expresiones jurídicas de bien-mal-justo-falso y que sin duda ayudan a templar y calmar el clima crítico  de la mente.   

           Y, al formar mi opinión sobre lo que alguien ha hecho y el expresarlo, puedo aprender a limitar mis opiniones y comentarios a la acción de que se trate, sin juzgar a la persona. Condenar el hecho delictual y no a su ejecutor... una cosa es que una persona haga algo censurable, y otra muy distinta es que esa persona en sí misma sea censurable como persona. La ecuación existencial <El es... lo que sea> es siempre injusta y siempre falsa.

          Y, nadie <es> ni deja de ser de una manera o de otra; así como 'una golondrina no hace verano' y una flaqueza no hace al hombre flaco. La trampa de siempre es pasar de la obra al hombre, del 'hacer' al 'ser'... él ha cometido un crimen por consiguiente 'es' un criminal, mala lógica y peor moral. Aprender a distinguir entre la persona y sus actos y aún, entre la persona y sus costumbres.

          Y, todos alguna vez hemos experimentado que nos puede gustar una persona aunque no nos guste algunas de las cosas que hace. De hecho, eso es lo que ocurre con todas las personas que amamos. Aún nuestros amigos más íntimos y nuestros parientes más queridos hacen a veces cosas que no nos gustan y que no aprobamos en absoluto y, sin embargo el 'amigo' íntimo sigue siendo nuestro amigo y nuestro pariente más querido sigue siendo querido.

          Y, cuando media una buena o gran estimación y un verdadero amor, se hace instintivamente la distinción entre la persona y sus actos, para resultarnos más fácil y normal, seguir queriendo a la persona, aunque rechacemos lo que ha hecho. Podemos ahora extender esa generosidad a los demás y no llamar, por ejemplo, a un hombre tramposo porque ha hecho una trampa, o estafador por haber cometido una estafa y así sucesivamente con cada delito que se haya cometido por hombres del común o no... y aunque es inevitable juzgar el acto, podemos evitar juzgar a la persona.

          Y, no hagamos lo del 'fariseo' de hablar con aceptación y hasta comprensión del mal momento por el que pasa el amigo y al voltear la espalda le cuelgan el 'inri', el estigma, la etiqueta de 'hampón' 'pícaro' 'delincuente' o 'antisocial'; desde luego que, ni es amigo ni buen pariente y botará la 'primera piedra' creyéndose la mejor persona del mundo... hacerlo es atentar contra la persona, y es un crimen contra el individuo, es juzgarlo antes de que se le juzgue, es tribunal sin recursos de apelación antes de haberlo llevado a los tribunales. Se le califica, se le define, se le condena.


          Y, de ahora en adelante, prometo no juzgar 'a la carrera'  a un buen amigo o a un querido pariente que esté pasando por un mal momento y que puede llegar a hacer, sin quererlo, uno de nuestros hijos... nadie lo sabe.

Un abrazo fraternal,

Hortensio.





       

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